La vida secreta de Walter Mitty


Cuando vi las primeras películas de Ben Stiller (me refiero a aquellas en las que su papel tenía más peso que, por ejemplo, en El imperio del sol; me refiero en concreto a Reality Bites y Flirteando con el desastre), acabé odiándolo. Me creí tanto su papel de tío borde y desagradable que pensé que era así en la realidad (algunos actores no se distinguen demasiado de los personajes que suelen interpretar). Pero luego llegó Zoolander y empecé a adorar a Stiller y a venerar sus películas. Aún no he logrado verlas todas, ya que no suelen estrenarse en VO en los cines españoles, y la mayoría he tenido que recuperarlas en dvd. Pero he visto lo suficiente para saber que es el genio contemporáneo de la comedia, junto a Jim Carrey; y en tercer lugar estaría Steve Carell. Entre los tres han ocupado el trono de Bill Murray, uno de los magos de la comedia. Incluso un filme denostado como Un loco a domicilio (que vi hace poco) no está mal, si no lo apartamos de la categoría de humor negro, negrísimo. De hecho, Ben Stiller es, en sí mismo, un género: el del hombre corriente al que no paran de sucederle desgracias y siempre se ve envuelto en situaciones atroces y desagradables.

Pero hablemos también de su faceta como director. Si la cumbre de su cine tras las cámaras es la gloriosa Zoolander, no estuvo muy alejada Tropic Thunder, rica en parodias y en colaboraciones de lujo. Si en su primer filme se mostraba más serio (esos Bocados de realidad que nos hablaban de la Generación X), en los siguientes ha apostado por la comedia pura.

En La vida secreta de Walter Mitty, que también dirige, da un paso más allá. Ya no es una comedia tan alocada como los títulos precedentes. Pero tampoco es, ni mucho menos, un drama. Es algo que está a medio camino, quizá en la línea de algunas películas de los 80 producidas por Spielberg, ésas que con tanto acierto unían drama y comedia y algún toque fantástico. Stiller retoma un personaje creado por James Thurber y recreado por Danny Kaye y se lo apropia, hace una película con un estilo diferente, pero deudor del espíritu de Frank Capra.

Walter Mitty trabaja en la revista Life cuando le anuncian que van a sacar un último número, luego despedirán a parte de la plantilla y, finalmente, publicarán sólo mediante edición digital. El tipo que está al mando es tan cruel y despreciable como suelen serlo los jefes encargados de dar boleto al personal. Mitty no se atreve a rechistar. Y además está enamorado de una compañera de la empresa, y tampoco se atreve a abordarla. La vida se le pasa soñando, imaginando qué haría en tal o cuál situación. El extravío de una foto que servirá de portada para el último número de la revista, archivo fotográfico que está a su cargo, servirá para que empiece a mover el culo y se atreva a hacer cosas que antes sólo imaginaba.

Con este material, Ben Stiller y su director de fotografía crean imágenes rompedoras (dentro de lo que significa el cine comercial USA), de una belleza plástica que conecta, algunas veces, con lo que nos contaba Sean Penn en Into the Wild (no en vano Penn es uno de los secundarios, y en el filme de Stiller se homenajea varias veces aquel título): un hombre en mitad de un paisaje arrebatador, en el que se van formando en grande las palabras que escribe en una libreta. El negativo de la fotografía que busca durante toda la película es el McGuffin que sirve de excusa argumental. En la aventura de Mitty no faltan las parodias a las películas actuales de superhéroes o a El extraño caso de Benjamin Button.

Pero quizá lo más importante del filme, al menos para mí (y que para algunos críticos será el inconveniente), es que, desde el momento en que Mitty abandona las fantasías y empieza a actuar, a menudo no queda muy claro qué es realidad y qué es ficción dentro del mundo del protagonista. Porque las cosas que le van sucediendo son aún más extraordinarias y raras que aquello que soñaba. Esto supone una lección importante: que es más emocionante o más asombroso lo que se vive que lo que se sueña.

No hay que olvidar, además, que esta película recrea muy bien el mundo en el que vivimos: un mundo dominado por los despidos, por los ERE, por los cierres de empresas, por el abandono del papel a favor de lo digital… El espectador actual puede colocarse en el lugar de Mitty: van a darte la patada y te quedan pocos días en el trabajo… ¿qué haces? ¿Mitty se decide a actuar porque está muy enamorado o porque el despido supone que despierte de una vez? Esa ambigüedad es lo interesante.

La vida secreta de Walter Mitty, además, es refrescante y optimista, y contiene un par de secuencias que me han puesto los pelos de punta por la emoción. En una de ellas suena un tema de David Bowie. Y no digo más.

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