A escasas horas de que termine el año, regreso a casa como cada noche en los autobuses que desenfrenados cruzan la Diagonal. Son lanzaderas de la tristeza, en los que jóvenes dependientas de grandes almacenes, oficinistas alopécicos, veteranas mujeres de la limpieza con tantas canas como disgustos y estudiantes universitarios cagaditos de miedo ante los que les espera se amorran a las pantallas de sus teléfonos “inteligentes”, mientras el resto es silencio. En el subsuelo, que es donde esta crisis condena a los currelas, poco importa que el IBEX se dispare al 21,4% de ganancias, el mejor año desde el 2009, cuando no hay trabajo para pagar tanto impuesto, dale duro Montoro.
Tampoco alivian que la prima de riesgo haya abandonado el salón de casa y que los nuevos rabassaires pronostiquen que el 2014 será el año de a libertad, cantos que movilizan tanto como el Catalunya-Cabo Verde, esa potencia futbolística de la que Gerard López, el nuevo Johan pero catalán, nos ha descubierto por Navidad. Al final va a atener razón Coppini, otro de los que nos ha abandonado demasiado pronto, y mejor será no mirar a los ojos de la gente, “me dan miedo, mienten siempre”. Una letra que conocen muy bien Mas y Rajoy, que prefieren lanzarse mensajes de amor y odio a través del plasma. El monólogo ha saltado de los teatros a las poltronas del poder. Diálogo, moderación y consulta. Ya no hay diferencias entre las alocuciones de unos y el club de la comedia. Y no se les ocurra abortar. Feliz 2014.
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