Alicia. María Castrejón

de Las chicas con las chicas (VV.AA.).
Editorial Egales




Amanda seguía acariciándome el pelo. Con la otra mano comenzó a acariciarme el hombro. Las dos mirábamos la tele en silencio. Alguien moría atropellado en la película.

Los dedos de Amanda bajaron hasta mi pecho y por encima del jersey lo acarició. La imagen de la mujer del pelo corto chupándole en aquel bosque aparecía ante mis ojos. Quería que me tocara durante horas, durante días, en silencio. Mi pezón se fue poniendo cada vez más duro. Amanda lo notó y comenzó a tocarme el otro hasta que tuvieron el mismo tamaño. Las dos seguíamos calladas. Una vez que mis dos pezones se hicieron muy pequeños comenzó a tocarlos al mismo tiempo. Todo mi cuerpo estaba allí ahora. Me subió el jersey y apagó la televisión. En la pantalla estábamos las dos reflejadas. Sacó mis pechos del sujetador y siguió tocándolos. No quería que terminase nunca. Yo la miraba y ella me miraba. Paró un momento. Yo no sabía si debía hacer algo o esperar. Enseguida volvió a tocarme y el placer se multiplicó. Ella sonrió y a mí se me salió un quejido sin poder evitarlo. Una de sus manos bajó hacia mi pantalón y comenzó a acariciarme. Me palpitaba todo el cuerpo.

Amanda se levantó y se desnudó frente a mí. La miré y pensé en mi madre. En lo sola que estaba. Pensé en Alberto y su azotea, y lo solos que estaban todos en aquellas fiestas.

Me levanté y la besé. Le toqué despacio las tetas, con unos pezones casi negros y suaves. Fui agachándome poco a poco hasta acabar entre sus piernas.

«BÉBEME», Alicia.

Comencé a lamerla como si fuera la primera vez que fuese consciente de mi sed. La chupaba, la tocaba. Mis dedos andaban solos y se caían dentro de los agujeros en los que no hay segundos sino meses. Ella gritaba y jadeaba. Mi cara estaba hecha de su cuerpo.

Me cogió de la mano y me sentó en el sofá. Me quitó los pantalones y las bragas y se sumergió dentro de mí con su lengua. Le fue fácil. Nunca pensé que pudiera estar tan mojada. Luego entraron sus dedos en busca de la colina en la que todo acaba, la que está justo antes del jaque mate, se movían veloces y mis pechos temblaban. Su lengua rodeaba mi clítoris y yo no sabía dónde estaba cada parte de mí. Desconocía el tamaño de mi cuello y el de sus brazos.

Notó que me inundaba por dentro, y comenzó a tocarse. Me hablaba aunque no entendía nada de lo que decía, pero sus susurros daban un tremendo placer en el clítoris. Jamás sentí tanto mi cuerpo, no cabía dentro de la casa. Rompía las paredes y las piernas se me salían por las ventanas.

Nos abrazamos fuerte, y hablamos sobre llorar y besarse. 



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