El Hobbit: La desolación de Smaug


A favor: después de la decepción que supuso la entrega anterior (especialmente porque le sobraba metraje, su primera mitad era tediosa y engordaba demasiado un libro que sólo daría para una película), esta continuación es más que digna. El metraje está ajustado, el ritmo es imparable y hay secuencias en las que Peter Jackson ha intentado el más difícil todavía: la persecución en el río, el ataque de las arañas o todos los momentos en los que aparece el dragón (dotado de la voz tenebrosa de Benedict Cumberbatch). Martin Freeman, no sé por qué, está mejor en esta entrega, quizá porque ya nos hemos acostumbrado a él o porque va dominando a su personaje. Y también hay sorpresas como la aparición de Stephen Fry o el cameo inicial de Jackson. El score, compuesto por Howard Shore, sigue siendo admirable. Lo que más me gustó es que no me ha aburrido, lo que sí hizo la primera parte.

En contra: pese a lo anterior, a esas virtudes, también cuenta con varios inconvenientes. Sobre todo porque pierde al compararla con El Señor de los Anillos (y es inevitable compararlas, ya que van unidas, igual que fue inevitable comparar las dos trilogías de Star Wars). El reparto ya no está a la altura (no hay nadie tan impactante como Viggo Mortensen, nadie con tanta solvencia como Sean Bean, nadie tan simpático como Sean Astin, nadie tan siniestro como Christopher Lee). Gollum no sale en esta segunda película, lo que le resta encanto. Y todas las licencias que acaba tomándose Jackson, intentando acomodarse a esta época, acaban siendo detestables: el supuesto romance entre una elfa y un enano, la invención de esa elfa (que no existía en el libro) y el aspecto general de collage al mezclar El Hobbit con otras narraciones de Tolkien y con aportaciones personales.  

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