El diablo a todas horas, de Donald Ray Pollock


Compré esta novela unas semanas después de su publicación; si tardé en pillarlo, aún tardé más en empezar a leerlo; y luego me dio pereza copiar los fragmentos pertinentes y fui aplazando su recomendación. En ese tiempo, desde que salió el libro hasta que por fin hablo un poco de él, su editor murió, y más tarde anunciaron el cierre de la editorial. Cuento todo esto porque no sé si, con todo lo que ha ocurrido, aún seguirán vendiendo ejemplares de Libros del Silencio en las librerías de novedades. Supongo que no (no lo he comprobado). Pero me queda una esperanza: que el posible lector del magnífico Donald Ray Pollock busque sus dos obras en las librerías de viejo, porque realmente merecen la pena.

El diablo a todas horas no es superior a Knockemstiff, el libro de relatos con el que Pollock debutó y que ya recomendamos aquí. De hecho, me llenó más éste último. Lo que no significa que su novela no sea una pieza narrativa de primer orden. Donald Ray Pollock tiene algo de Cormac McCarthy por su habilidad para retratar la crueldad, y el Mal con mayúsculas, y a los hombres perturbados, y a los que se ciegan por su fe, y para ofrecernos pasajes bastante brutales de la ficción sureña, donde priman el alcohol, la sangre y la violencia. Pollock es, también, de la estirpe de Harry Crews o Larry Brown: sus narraciones te dejan seco, te dejan en estado de shock, te ayudan a asumir que, ahí fuera, en algunas regiones, el mal es tan perverso que el diablo parece habitar dentro de los hombres. Y concluyo con un extracto:

Salió al porche, se sentó en la mecedora de su madre y miró cómo el sol vespertino se hundía tras la hilera de árboles perennes que se levantaban al oeste de la casa. Pensó que era la primera noche que ella pasaba bajo tierra; debía de estar muy oscuro allí abajo. En el entierro había oído cómo un viejo que estaba apoyado en una pala, debajo de un árbol un poco lejano, le decía a Willard que la muerte era o bien un viaje muy largo o bien un sueño muy largo, y, aunque su padre había puesto mala cara y se había alejado, a Arvin aquello le parecía bastante probable. Confiaba, por el bien de su madre, en que fuera un poco de ambas cosas.


[Libros del Silencio. Traducción de Javier Calvo]

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