Piedras encantadas, publicada en 2001, es la tercera novela que se recopila en este libro y que gira en torno a Guatemala. El título hace referencia a una banda de niños que pululan por las calles de la ciudad, si bien es cierto que ese grupo solo aparece nombrado en el libro y que apenas sí tienen presencia. Sin embargo, sirve para reforzar ese sentimiento de país desgobernado que reina en esta serie de novelas.
En esta ocasión tenemos apenas una mera anécdota que no impide que en ella se sustente toda la trama: un hombre va a visitar a un amigo con su coche cuando un niño montado a caballo se le cruza en el camino. El niño es atropellado y el hombre, asustado, va a refugiarse a casa del amigo. Este le esconde el coche en su garaje, por lo que se convierte en cómplice. Partiendo de este hecho, Rey Rosa construye una novela negra sui géneris; aparece el detective que quiere encontrar al culpable; diferentes voces que dan cuentan de lo que han visto y que convierte la novela en una obra coral; las historias se entrecruzan y convergen. Y todo ello ocurre, aparentemente, en un solo día, por lo que la narración cobra mayor fuerza.
Por medio del detective descubrimos que el niño es un belga adoptado por una familia adinerada y que, quizás, no se trate de un accidente ya que hay intereses personales que llevarían consigo la muerte del niño. Digo quizás porque no lo sabemos ni lo vamos a saber en esta novela corta, ni tampoco es que nos importe, ni a los lectores ni al escritor. Porque de lo que se trata, una vez más, es de mostrar la cara oscura de una Guatemala que parece buscar su propia ruina.
En esta ocasión tenemos apenas una mera anécdota que no impide que en ella se sustente toda la trama: un hombre va a visitar a un amigo con su coche cuando un niño montado a caballo se le cruza en el camino. El niño es atropellado y el hombre, asustado, va a refugiarse a casa del amigo. Este le esconde el coche en su garaje, por lo que se convierte en cómplice. Partiendo de este hecho, Rey Rosa construye una novela negra sui géneris; aparece el detective que quiere encontrar al culpable; diferentes voces que dan cuentan de lo que han visto y que convierte la novela en una obra coral; las historias se entrecruzan y convergen. Y todo ello ocurre, aparentemente, en un solo día, por lo que la narración cobra mayor fuerza.
Por medio del detective descubrimos que el niño es un belga adoptado por una familia adinerada y que, quizás, no se trate de un accidente ya que hay intereses personales que llevarían consigo la muerte del niño. Digo quizás porque no lo sabemos ni lo vamos a saber en esta novela corta, ni tampoco es que nos importe, ni a los lectores ni al escritor. Porque de lo que se trata, una vez más, es de mostrar la cara oscura de una Guatemala que parece buscar su propia ruina.