La misma boca más frutal
se marchita
mientras la noche cae
apenas silenciosa.
El recuerdo del trueno
que bendice los cuerpos o la luz del relámpago
que enciende el suelo.
Estrellas apagadas en un jardín nocturno
y solitario:
la carencia del delirio -de la cual no se acostumbra-
invade sus marcas y entonces, llora.
Resignada a la ausencia
de la furia en Roma, -París siempre se lleva todos los aplausos-
reza por sueños ámbar que quiebren
su suerte de cristal.
Suspendida sin hilo de una lágrima oscura
su destino se reduce
al murmullo de las flores tranquilas.
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