Hoy es diez de diciembre, como el título de este libro, fecha que aprovechan los editores de Alfabia y su traductor Ben Clark para presentarlo esta tarde en Barcelona. De George Saunders ya hemos hablado en dos post anteriores y no es necesario que ahondemos otra vez en sus rasgos característicos. Pero digamos que, años después de que se publicaran Pastoralia y Guerracivilandia en ruinas, hemos comprobado que Saunders está en plena forma, e incluso sus virguerías narrativas van un paso más allá (véanse “Los diarios de las Chicas Sémplica” o “Diez de diciembre”). Aunque no todas las historias transcurren en parques temáticos ni todas están ambientadas en futuros inciertos, sus personajes siguen siendo los mismos tipos perdedores, aplastados por el sistema laboral, condicionados por el consumismo, deseosos de una oportunidad para cambiar las cosas.
El sentido del humor de Saunders tampoco ha cambiado. En el relato “Al Roosten” leemos lo siguiente:
Era un almuerzo en el que se subastaba a Famosos Locales. Y un Famoso Local era cualquier pringado lo suficientemente zopenco como para contestar que sí cuando telefoneaba la Cámara de Comercio.
Esas ideas sólo pueden provenir de alguien con una imaginación tan loca como Saunders o Donald Barthelme, a quien podríamos considerar uno de sus maestros o (a mí me lo parece) una de sus influencias. Sin embargo, todas esas ideas desternillantes tienen su origen en la América profunda: en EE.UU. hay subastas y concursos tan disparatados que, en realidad, la narrativa de Saunders es en el fondo una burla hacia esos inventos (basta leer algunas crónicas de David Foster Wallace para saber cómo se las gastan por allí, o incluso ver algún episodio del show televisivo Crónicas carnívoras).
En las historias de Saunders, nadie parece estar a salvo de la humillación. Ni siquiera los hijos se libran del escarnio de las madres, como prueba este pasaje del mismo relato:
“¿Cuál es el problema, Al?” había dicho Mamá.
“Todo el mundo me llama gordo y marimandón”, había dicho él. “Además, dicen que soy un chivato”.
“Bueno, Al”, había dicho ella, “eres un mandón, estás gordo y me imagino que puedes llegar a ser bastante chivato. Pero ¿sabes qué más eres? Tú tienes lo que se llama valentía moral. Cuando sabes que una cosa está bien, la haces, cueste lo que cueste”.
A Mamá a veces se le iba. Una vez dijo que podía ver, por su forma de subir corriendo las escaleras, que sería un gran escalador. Una vez, cuando logró un notable bajo en matemáticas, ella había dicho que debería ser astrónomo.
Bendita Mamá. Siempre le había hecho sentir especial.
En Diez de diciembre encontramos diez cuentos. El primero, “Vuelta de honor”, quizá sea el más flojo o el que menos me enganchó. Pero luego todo va in crescendo, como demuestran “Cachorro” (en el que, como en la cubierta, hay un niño atado a un árbol, con una escudilla para comer, igual que si fuera un perro), “Escapar de La Cabeza de Araña” (en el que varias personas son conejos de indias a los que inyectan medicamentos de prueba mientras los observan relacionándose entre ellos) o "Mi debacle como hidalgo" (sobre un parque temático). “Exhortación”, uno de esos relatos experimentales que tanto le gustan al autor, consiste en el memorándum que envía el director de una empresa a sus empleados y, como es habitual en Saunders, el tono del superior es propio de quien despliega amenazas encubiertas bajo una redacción plagada de ejemplos y chistes. Saunders también es un maestro en el análisis de mentes que no funcionan como debieran, como en los relatos “A casa” (el regreso de un veterano de guerra al hogar) y “Diez de diciembre” (en el que un viejo salva a un niño).
Pero he querido dejar para el final el cuento más perfecto, o al menos con el que más me he divertido: “Los diarios de las Chicas Sémplica”. El relato consiste en las entradas de diario de un padre de familia. Pero no es el clásico diario que luego se publica. Es uno de esos diarios en los que uno se come palabras y abusa de las abreviaturas porque no tiene tiempo o ganas, pero sin embargo quiere consignar cuanto le sucede durante el día. ¿Quién no ha escrito algo así en la niñez o en la adolescencia? Cuando tuve mi primera novia, hice algo parecido: cada noche contaba cuatro cosas, con abreviaturas, saltándome palabras, en un estilo que Saunders ha captado a la perfección. La diferencia estriba en que el narrador no es un chaval con picores, sino un hombre con toda la barba, un padre de familia con 40 años, metido en un atolladero económico (y, pese a ello, ha comprado varias Chicas Sémplica, que son orientales adaptadas para adornar un jardín… sí, es otra distopía de Saunders). Aquí van dos ejemplos de este descacharrante cuento:
Limitaciones frustran mucho.
Hay tanto que quiero hacer y experimentar y darle a mis hijos. Tiempo pasa tan deprisa, chicos creciendo a toda velocidad. Si ahora no, ¿cuándo? ¿Cuándo les daremos esplendidez y sensación de generosidad? Nunca hemos estado en Hawái ni hecho esquí acuático con paracaídas ni almorzado en chiringuito cerca de océano llevando grandes sombreros de paja comprados en un arrebato. Así que me preocupo: criados en penuria ¿no se volverán muy cautos? Tampoco es verdad que se estén criando en penuria. Aun así, hay cosas que queremos y no podemos permitirnos. Si niños enseñados a ser demasiado cautelosos, debido a penuria, ¿no se los comerá el mundo con patatas? Me gustaría comprar gran baúl, decorarlo como tesoro enterrado, enterrarlo, hacer mapa, esconder mapa, conducirles a mapa sin que se den cuenta. Entonces, cuando traigan mapa, decir: Ridículo, no seáis soñadores, sed cautelosos, sed conservadores, el mundo es cruel. Y, cuando persistan y realmente encuentren tesoro, ¿no será esa una excelente lección sobre la importancia de perseverar? ¿Pero cómo hacerlo? ¿De dónde sacar semejante baúl? ¿Qué meter en baúl que no cueste mucho? ¿Cómo cavar agujero tan grande y cuándo? Siempre ocupado fines de semana.
Y, un poco más adelante:
Cuando niños nacieron, Pam y yo abandonamos todo (sueños de juventud sobre viajar, vivir aventuras, etc., etc.) para dedicarnos a ser buenos padres. No ha sido una vida emocionante. Ha habido muchas cosas pesadas. Nos hemos quedado hasta muy tarde, muchas noches, agotados, porque quedaban tareas por hacer y había que hacerlas. En más de una ocasión hemos sonreído con agotamiento/enfado, despeinados + cansados, caquita de bebé y/o vómito de bebé en nuestra camisa o blusa, mientras otro sujetaba cámara, pelo con greñas porque cortes de pelo caros, gafas pasadas de moda que se caen porque nunca tenemos tiempo de llevar a que ajusten montura.
Y después de todo eso, mira dónde estamos.
Es desafortunado.
Como vemos, por debajo del humor siempre hay una capa de tristeza, de ambiciones frustradas, de deseos insatisfechos. Los personajes de George Saunders están en consonancia con esta época de crisis y depresiones. Ah, y por cierto: gran traducción del poeta Ben Clark.
[Ediciones Alfabia. Traducción de Ben Clark]