Escuchar su cucharilla removiendo el hielo,
con los mismos sonidos, agudos y persistentes,
de la pajita que absorbe el limón derretido.
Y verla.
Verla desde arriba cómo siente la música
y sentir que ella es el verano,
mientras el sol decide quedarse en sus piernas
y en su bikini tendido arrugado,
aunque caiga la losa de la noche.
Mirar cómo sonríe excitada,
mientras me quemo y alrededor
ondean las toallas de los extranjeros,
que duermen desnudos esperando
la hora exacta de comenzar a lamer mi país,
dándoles igual que yo ahora sea ceniza y miseria.
La amada impotencia de saber que no soy nadie
al admirarla.