LA CANCIÓN MÁS HERMOSA JAMÁS COMPUESTA (y la más triste).


La canción más hermosa jamás compuesta es

Im Abendrot (que significa algo así como "En la puesta de sol", "Al atardecer", "En el Ocaso"...) y fue compuesta por el genial músico alemán Richard Strauss en 1948 quien puso música al poema homónimo de Joseph von Eichendorff (1788-1831).
 

El maestro Strauss la dedicó a su esposa, Pauline de Ahna, una célebre soprano. Strauss no llegó a contemplar el estreno mundial que tuvo lugar en Londres en 1950, murió poco antes a la edad de 84 años. Más tarde, su editor incluyó Im Abendrot, junto con otras tres de sus canciones basadas en poemas de Herman Hesse, en el famoso ciclo Las Cuatro Últimas Canciones, que viene a ser el canto de cisne de la música postromántica europea, o sea, casi - casi, la muerte de la Gran Música Clásica más clásica.

Richard Strauss es uno de mis diez mejores compositores favoritos aunque él se definiera como "un primera clase de la segunda división de músicos". Su prodigioso dominio de la orquestación de una orquesta sinfónica ha sido pocas veces igualado.

Im Abendrot es la obra de un genio que supo condensar en esta canción los principales leitmotivs vitales de cualquier ser humano; compuesta al final de su vida (la muerte), dedicada a su mujer (el amor) y también a la memoria de su padre (la familia, la infancia, la nostalgia) que había sido un célebre intérprete de trompa (la orquestación incluye cuatro trompas). Estaba claro que de toda esa mezcla de nobles sentimientos tenía que nacer una perla tan bella como la que vamos a escuchar hoy.

Disfruten de este poema musical que es un canto espiritual a las puertas de la muerte. Las últimas notas que suenan, una vez extinguido la melancólica voz de la soprano y mudas ya las palabras de Eichendorff, son estremecedoras. A mí me parecen tristísimas.

El texto dice:

Con penas y alegrías,
mano a mano, hemos caminado.
Reposemos ahora de nuestros viajes,
en la tranquila campiña.
A nuestro alrededor se inclinan los valles,
ya la brisa se ensombrece.
Sólo dos alondras alzan todavía el vuelo
soñando de nuevo en el oloroso aire.
Acércate y déjalas trinar,
pronto será hora de dormir,
para que no podamos perdernos
en esta soledad.
Oh, inmensa y dulce paz,
tan profunda en la puesta de sol,
qué fatigados estamos por haber caminado.
¿Será esta, entonces, la muerte?

La versión, la de la inigualable Elisabeth Schwarkopf.