David Markson, quien en sus primeros pasos como escritor creció a la sombra de Jack Kerouac o Dylan Thomas (y de quien, lamentablemente, no conocemos en castellano sus novelas policiacas), se ha convertido con el tiempo en uno de los escritores más raros, vanguardistas y adictivos de los últimos años. En España no se le hace ni caso. De los libros traducidos que de él he leído sólo La amante de Wittgenstein se publicó aquí. El resto nos ha llegado de Argentina, de importación: Punto de fuga, La soledad del lector y, ahora, Esto no es una novela. Pero en parte lo entiendo. Markson es un escritor para minorías, para chiflados como yo, para gente tan obsesionada con la literatura que se entusiasma con su colección de citas, guiños, anécdotas y referencias cruzadas. Si yo le prestara un libro de Markson a uno de mis amigos no literatos, me tiraría con él.
Esto no es una novela presenta las mismas características de los volúmenes citados, y ya recomendados en este blog: el libro consiste en un repertorio alucinante de datos sobre la muerte de muchos artistas (escritores, poetas, filósofos, pintores, etc), en nombres de personajes, en títulos y citas de otras obras, en relaciones e incidentes relacionados casi siempre con la literatura… Gracias a Markson uno descubre a otros autores, descubre obras, a veces se pierde en las enigmáticas referencias, a veces tiene que conectar un dato con otro que nos ha soltado en la página previa. Para los lectores fanáticos, los libros de Markson suponen una lectura totalmente placentera. Pero además, en este libro, el autor (denominado a sí mismo El Escritor) nos va contando que su intención es confeccionar una novela que no posea ninguna de las características de lo novelesco. Y lo consigue. Porque, al final, todo este repertorio, ese clima de datos sobre muertes y enfermedades y preocupaciones de El Escritor, van haciendo mella en el lector, nos van diciendo que La Muerte ya le ronda porque está en la vejez, y que en esa vejez soporta otras dudas, otros miedos. Os dejo con algunos ejemplos de su estilo, que podríamos emparentar con Twitter (pero Markson ya lo practicaba antes de Twitter):
El Escritor está bastante tentado de dejar de escribir.
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El Escritor está mortalmente aburrido de inventar historias.
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Esta mañana caminé hasta el lugar donde los barrenderos tiran la basura. Dios mío, fue hermoso.
Dice una carta de Van Gogh.
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Una novela sin ningún tipo de indicio de argumento, le gustaría idear al Escritor.
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¡Hijo mío, piensa en el futuro! Con genio, uno puede morir. Con dinero, uno puede comer.
Dijo el padre de Cézanne.
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A menudo Balzac trabajaba dieciséis o dieciocho horas seguidas, y generalmente comenzaba a medianoche.
Inundado de café.
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Estimado señor:
Estoy sentado en el cuarto más pequeño de mi casa. Tengo ante mí su reseña. En breve estará detrás de mí.
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Una idea pasajera de Kurt Vonnegut respecto de la princesa Diana:
¿Sabemos si alguna vez leyó algún libro?
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Ocho personas se presentaron en el funeral de Robert Musil.
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F. Scott Fitzgerald murió de una serie de ataques al corazón.
Su declaración de regalías más reciente indicaba que se habían vendido siete ejemplares de El gran Gatsby durante los seis meses previos.
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Una antología de notas de suicidio extraordinarias.
O de notas de suicidio en general. ¿Existe?
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Un hombre sin pies, caminando con los tobillos.
Insistía alguien en haber visto en Hiroshima.
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F. Scott Fitzgerald, visto por John O’Hara uno o dos años antes de su muerte:
Un hombrecito prematuramente viejo visitando librerías sin ser reconocido.
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La vida consiste en lo que un hombre está pensando todo el día.
[La Bestia Equilátera. Traducción de Laura Wittner]