Llevo tiempo escuchando hablar de las Tres Mil en los medios. También es un tema recurrente de Rosario Izquierdo Chaparro, autora de Diario de campo, obra periférica en el más amplio sentido, tanto por sus motivos, que yo no he visto en ningún otro libro contemporáneo, como por su forma fronteriza (novela / diario / cuaderno de notas / ensayo) y los lugares que transita: la periferia sevillana. Fue Rosario, o mejor dicho, Charo, quien me invitó a conocer las Tres Mil, donde ella, que es socióloga, trabajó durante una temporada.
Las Tres Mil Viviendas es el nombre popular con el que son conocidas algunas de las barriadas del Polígono Sur de Sevilla: Paz y Amistad, Antonio Machado, Martínez Montañés, Murillo, Las Letanías y La Oliva. De lejos, no parecen demasiado distintas a las que hay en cualquier ciudad andaluza, donde las fachadas rara vez son de ladrillo visto y sí de colores suaves, unos colores que acentúan la impresión de fotografía quemada del paisaje sureño a mediodía (esta apreciación la hizo Charo). El Polígono Sur se construyó entre 1968 y 1977 para, entre otras cosas, realojar a gente de El Vacie, La Corchuela (dos asentamientos chabolistas) y a familias gitanas pobres de Triana. También se mudaron a estos lares vecinos de otros barrios marginales, como Los Pajaritos y Torreblanca, en busca de una vivienda mejor. La falta de un plan que enseñara a la gente que venía de las chabolas a vivir en un entorno urbano tuvo como consecuencia que algunas de las barriadas se degradaran rápidamente. Desprovistos de agua o ascensores, y con animales no exactamente domésticos campando por las escaleras, muchos de los bloques se convirtieron en ejemplos de chabolismo vertical. Murillo y Martínez Montañés, barriada esta última conocida como Las Vegas, concentran todo lo que lleva a muchos sevillanos a no asomar por el Polígono Sur.
El jefe de Servicios de Programas de Empleo del Ayuntamiento de Sevilla, Domingo Valenciano Moreno, me dice después del paseo que no pocos de entre quienes estudian en la universidad la degradación urbanística y del tejido social jamás pisan los barrios sobre los que son expertos. Lo saben todo sobre algo que nunca han visto. Domingo también me dio el título para este post, la desarticulación de la ciudad, y me habló de lo importante que es que los vecinos del resto Sevilla se internen en el polígono, tarea difícil ya no sólo por el temor que despiertan sus calles, sino también porque esta zona está físicamente excluida de la metrópoli: la flanquean las vías del tren, una carretera y los edificios de Hytasa. Para Domingo, la integración pasa por que el espacio urbano sea efectivamente público. Las calles del polígono desde luego no están desiertas, pero son sólo los vecinos quienes transitan por ellas. Los dos factores que acabo de mencionar, la separación física y la monocromía humana, hacen de este lugar un gueto.
Empezamos el paseo en el Centro de Orientación y Dinamización de Empleo (CODE). Allí nos recibe Conchi, una orientadora laboral que se queja de lo difícil que se vuelve la orientación para el empleo con la población del polígono en un mercado de trabajo devastado. También nos espera en el CODE Chamorro, un educador de calle. Cuando me propusieron esta visita, Chamorro parecía la persona idónea para no finalizar el paseo con la frustrante constatación de haber visto sólo el miedo propio al rodear, cosa inevitable, las zonas calientes. Chamorro no es sólo conocido, sino, y esto es lo más importante, muy querido en las Tres Mil, y atraviesa con seguridad partes como Las Vegas.
Corpulento, con gusto por explicarse y explayarse y hacerse querer, Chamorro habla con propiedad y desorden: sus ideas sobre el Polígono Sur acuden a la velocidad con la que el agua inunda viejas cañadas cuando las lluvias son torrenciales. "Hacía ya cosas para el barrio con la parroquia", me diría luego Domingo en la comida. "Cuando lo vi, supe que tenía que trabajar para nosotros, que era un fuera de serie y que no íbamos a tener a nadie que se hiciera de ese modo con la gente del barrio".
Ser un fuera de serie consiste en, por ejemplo, no decirles a la policía cuando lo detienen durante una redada que él trabaja para el ayuntamiento, sino en dejarse llevar a la comisaría para que los del barrio vean que está con ellos también en las malas. Consiste en que le dejen entrar en las casas, en negociar con chavales que se pasan el día en las esquinas fumando canutos y bebiendo para que se saquen el graduado, en que no le rajen ni le disparen, porque aquí la ley es la del más fuerte: quien tiene armas puede amenazar y hacerse con pisos.
El barrio está lleno de polis patrullando. Hace poco hubo una reyerta: el clan de Los Perla quería ajustar cuentas con un miembro de otro clan y acabó tiroteando por error el piso de una familia de Los Marianos "que se dedicaba a vender pan desde la ventana de su casa". Murió una niña de siete años. Al arma con la que mataron a la niña la llaman la "pajillera". Es de guerra y mide casi un metro. La policía incautó otras joyas a algunos de los clanes del polígono, entre ellas dos armas de guerra más: un Kaláshnikov y un Cetme.
Chamorro va nombrando las zonas, que se diferencian por los colores de las fachadas. "No caminéis detrás de mí", dice. De lo contrario, nos exponemos a que noten demasiado que somos forasteras. Caminar a la vera de Chamorro nos alinea con el barrio. Nuestro anfitrión asegura que decir que has crecido en las Tres Mil te inhabilita para conseguir un trabajo, y que los que buscan irse tienen que ocultar su origen. Lanzo una pregunta ingenua: ¿no hay aquí orgullo de barrio? Si hubiera hablado en chino, la cara de Chamorro no se habría ajustado mejor al desconcierto. Él está de hecho enfadado por que a toda la zona se la llame las Tres Mil, que, como he apuntado más arriba, sólo es un parte que ni siquiera define a la mayoría de los habitantes del polígono, gente humilde con trabajos humildes que no trafica con armas ni con drogas. "Pero como una sola familia chunga se vaya a un edificio, se lo carga". Chamorro se refiere a familias conocidas como los "indígenas": antiguos chabolistas que llegan a una vivienda y lo destrozan todo porque nadie se ha encargado de enseñarles cómo se vive en un piso, ni de hacerles un seguimiento. Los "indígenas" están sentados en sillas en la calle: mujeres gitanas descalzas, adolescentes y niños sucios. Hay frente a ellos charcos de agua inmunda ("Una vez, subiendo por uno de esos pisos por los que chorrea el agua porque las cañerías las rompen, me cayó una gota en la cabeza, y desde entonces pienso que esa gota me dejó calvo", dirá luego Chamorro). Una pandilla de adolescentes se acercan para saludarle. Uno de ellos toca la guitarra (del polígono salió Raimundo Amador). Toca de puta madre, claro. Charo y yo procuramos flanquear a Chamorro, pero es difícil. Hoy él tiene una misión aquí: explicarles a todos que está en paro. "Ellos creen que los que no somos de aquí vivimos en el paraíso, que nunca nos falta el dinero ni tenemos problemas, por eso es importante que vean que también nosotros podemos quedarnos fuera". "¿No hay un trabajo para mí, Chamorro?", le preguntan dos de cada tres que se le acercan, y entonces él les cuenta que ni siquiera él tiene ahora curro.
Algunos edificios están tan destrozados que ya nadie vive en ellos. Lo más parecido que he visto a esto son las fotos de Chernóbil. Una de las calles de edificios vacíos y descompuestos se llama Utopía.
Las gitanas salen a comprar. Casi todas están gordas y van en zapatillas. Charo me cuenta que los maridos no las dejan ponerse zapatos, y que cuando ella trabajaba aquí una gitana le contó que quería adelgazar y su marido no la dejó. Las zapatillas y la dejadez en la que se sumergen estas mujeres cuando se casan con quince, con dieciséis, con dieciocho, funcionan como una forma de control social, como un anclaje más al territorio: así no pueden salir del barrio ni trabajar. Esta es la explicación de un amigo cuando le cuento lo que los gitanos hacen con sus mujeres: "Las gitanas son tan espectaculares, rezuman tanto sexo, que engordarlas es la única manera de que no las miren". Los talleres prelaborales que se llevan a cabo en el Centro Permanente de Creación de Empleo hicieron este documental con algunas de ellas: http://www.youtube.com/watch?v=vmNJo1N6jsU
Llegamos a unos bajos comerciales donde hay una freiduría, una papelería, una peluquería, un bar, puestos de ropa y de pintaúñas. La ropa y los pintaúñas se disponen de manera extraña, con las prendas y los botecitos muy separados, como si cada uno de esos objetos necesitara un espacio propio amplio, aunque la explicación es más simple: las tenderas apenas tienen qué vender. El interior del comercio de los pintaúñas parece haber sufrido una redada.
Charo trabajó con REDES Sevilla en un proyecto para diagnosticar territorios desfavorecidos, y a tal fin paseó con tres vecinos a los que en el libro homónimo surgido del proyecto de REDES, Diagnóstico de territorios desfavorecidos en la ciudad de Sevilla, se les llama informantes. Sus testimonios son tan valiosos que no me resisto a reproducir aquí una parte para finalizar esta entrada (siento que se queden colgadas algunas líneas y que los espacios entre párrafos no sea regulares; al copiar el texto del pdf el formato se desbarata y no logro ajustarlo. Por otra parte, no señalo quién dice qué. Creo que no es importante):
"Apenas te das un paseo por el barrio te das cuenta de cuáles son las zonas con más dificultad. Aquí los geógrafos urbanos que hicieron un estudio del barrio y tal lo denominaban como un embudo, un embudo del que se intenta salir, pero que tiene un agujero de mayor dificultad y de mayor exclusión, que es una parte de la barriada Martínez Montañés, que es lo que popularmente llaman “Las Vegas”, las antiguas 624 viviendas, que es el núcleo duro de la exclusión del barrio, donde hay partes de los bloques que parece que ha sufrido un bombardeo el edificio, ¿no? Alejándonos un poco de esta zona, la siguiente corona (una parte de Letanías y una parte de Antonio Machado, sobre todo de Letanías y Murillo, la más cercana a las 624) pues es una zona de mucha vulnerabilidad, donde hay un porcentaje más alto de familias normalizadas y las condiciones no son tan tremendas como las que se dan en las 624 viviendas. Y a partir de ahí hay otro borde, que dentro de situaciones de dificultades (familias desestructuradas y de mucha dificultad, pisos para venta de droga, etc.) es un espacio de más normalidad, que es la parte más exterior de Murillo, lo que llamamos las 3.000 viviendas, Letanías junto a La Oliva y buena parte de la barriada La Paz. Y luego está la parte más cercana a la ciudad, que es La Oliva, y otra parte de la barriada de Paz y Amistad: ese cuarto borde son barrios perfectamente normalizados, que aunque tienen el estigma de Polígono Sur, encuentras dificultades como en cualquier otro barrio popular de Sevilla, los cuales han sufrido un proceso fuerte de deterioro en los últimos 25 años.
Entonces, la mayor parte de la población de las 624 y las 800, cuando pueden saltan, se van a las 3.000; y los de las 3.000 se van a La Oliva, y los de La Oliva se van al Tiro de Línea, etc. Y todos en cada barrio le temen a esos saltos que den los otros.
Esta zona donde estamos, las 624, es la zona más deteriorada, yo creo que es el culo de Sevilla. (…) Sí: éstas son “Las Vegas”, lo que pasa es que a nosotros no nos gusta llamarlas Las Vegas, porque ya es un estigma, ¿no? Aunque ahora mismo hay una
rehabilitación lenta pero importante de viviendas, es la zona más estropeada. Para mí esta zona tiene un elemento histórico que explica su problemática: el Polígono Sur nace en los años 70 para dar una respuesta a la infravivienda en Sevilla, los corrales de Triana, las infraviviendas del Charco de la Pava, una parte del barrio León que se inundaba, más una zona que se va generando con motivo del éxodo del campo a la ciudad en la España del tardofranquismo. Entonces los políticos de la época ven importante hacer unos polígonos para alojar a toda esa población. Al principio todo se hace con cierta planificación, pero últimamente, me refiero a los años 80, se acelera la incorporación de muchas familias que vivían muy mal, y ya se hace una entrada en este barrio sin una planificación correcta. (…) El PSOE en el año 82 gana las elecciones y considera que la vivienda es un bien público, entonces esta zona, que es la última que se entrega, no es propiedad privada, sino pública, y además los vecinos que vienen son de refugios, chabolas, etc., y no saben convivir, ni pagan las rentas, y empiezan a vender los pisos que no son suyos, y se convierte todo esto en un tráfico de viviendas muy difícil de controlar. Eso crea un ambiente de permisividad, donde la gente ha hecho lo que le ha parecido. (…) Entonces, hasta el año 2003 o 2004, que entra el Comisionado, esto ha estado abandonado por la administración, y eso ha creado comportamientos incívicos: aquí la gente sigue vendiendo vivienda, sigue enganchando la luz, sigue haciendo una puerta donde había una ventana y al revés, y por ejemplo, si tiene una avería el cuarto de baño, se quita el lavabo, lo que genera luego muchas goteras y deterioro de los pisos inferiores… Todo eso explica el deterioro de toda esta zona.
Aquí, dentro de dos horas (entrevista realizada a las 9 de la mañana), si sales, ves a un montón de personas que son muertos vivientes, muy enfermos, deteriorados, estropeados…
Yo he vivido en Falconde, cuando estábamos todos juntos (mis abuelos, mis tíos, mis padres) en un mismo piso. Luego las monjas ayudaron a mi madre a comprar un piso y nos mudamos a Las Vegas. Y de Las Vegas, mi padre, como no le gustaba la zona, a pesar de que él lo tenía todo cerca (se refiere a la droga), se buscó un cambio de piso, y ahora vivimos en un buen sitio dentro de lo que cabe, que es en “las 800”.
He hecho de todo: fontanería, soldadura, he pintado con mi tío, he hecho mantenimiento de edificios…. Es un currículum muy dispar, no me ha arraigado nada, lo que más me ha arraigado ha sido trabajar con menores, muchas veces sin cobrar, me enganchaba tanto que no me importaba. Ahora me gustaría seguir trabajando -aunque me encantan los infantiles- con adolescentes: es que me gusta lo complicado (risas), me llama más la atención. Por eso estoy pensando en el taller de empleo (se refiere a un taller sobre dinamización comunitaria) que va a empezar ahora. Lo voy a solicitar.
Yo lo que tengo lo he conseguido por mí. Mi madre no me lo ha podido dar, mi padre no me lo ha podido dar. Y yo creo que por eso valoro más las cosas que si me las dan, y yo creo que aquí nos estamos acostumbrando a que nos den las cosas. (…) En casa éramos viviendo en una sola casa, en aquella época: mis abuelos, mi tío y su mujer, mi padre y mi madre y mis 3 hermanos, y el sueldo que entraba era el de mi abuelo, o sea que, imagínate, lo hemos pasado bastante mal… Mi abuelo se dedicaba a la venta ambulante, mi padre ejerció pero cayó en el tema de la droga, y vamos, se lo “comió” todo. (…) No, mi padre no ha sido apoyo: solamente mi madre y mis abuelos. (…) Mi padre ahora mismito está en el “hotel de 5 estrellas” (se refiere a la cárcel). (…) Es que estaba ya muy mal, estaba verbalmente agrediendo a mi madre, continuamente. Yo, dentro de mis posibilidades, me he movido para mandarle a un centro, que lo pagamos nosotros con dinero, pero no, ya hubo que poner la orden de alejamiento, porque aquello no era normal, y ahora mismito está allí cumpliendo. Ahora mismito mi hermana está también viviendo en mi casa con sus dos niños, porque se ha dejado del marido, con lo que la situación de mi casa es un poco…, un poquito agobiante… Pero bueno, de todo se sale. ¿no? Menos de la muerte. Yo soy muy optimista, a mí me lo dicen y es verdad, soy muy optimista. Hay que serlo. Si no lo eres, te hundes.
Hay mucha población en Murillo, incluso en Las Vegas, que son gente totalmente normal en el sentido social, de integración, de empleo. Muy marcados por una trayectoria, porque el entorno influye muchísimo. Los chavales se desescolarizan porque no le ven la punta, y es porque su entorno no le encuentra sentido a la escuela.
Hombre, sí, la verdad que aquí en el barrio hay mucha gente analfabeta, muchísima gente, pero gente joven, ¿eh? de 30 años y de 17, que no saben ni leer. Yo gracias a Dios he tenido a mi madre que ha sido muy insistente, me obligaba a ir al colegio cuando yo no quería. Y gracias a eso sé leer, y tengo mi graduado. (…) Aquí el freno que hay son las esquinas, hay muchos chavales en las esquinas, muchísimos, y no hay alternativas para esos chavales, no sé por qué, pero no las hay. A ver a qué chaval no le gusta estar en una esquina, la mayoría fuma porros o tabaco, y el que no, bebe cerveza, y si ven a dos amigos sentados tomándose una litrona y fumándose un porro y lo llaman, ¿él que va a ir, a estudiar? Aquí está muy mal visto el estudiar, está muy mal visto el estudiar. Como se suele decir: “No va a ser abogado, ¿no?” Por ejemplo, un día como hoy, que hace niebla, los padres suelen decir: “¿Pa qué vas a levantar temprano al niño, va a salir "abogao" ni "na"? Déjalo acostado, que hace frío, ya se levantará cuando quiera".
Y no pongo en duda ni en cuestión el trabajo de los profesores, pero yo veo que si tú expulsas a un niño de 14 años del colegio, ese niño va a hacer en la calle lo que le da la gana: es más, lo vas a tener en el patio, en los recreos. Yo creo que debe haber otro tipo de recursos, que el niño se tenga que levantar a su hora a un aula donde tenga unos deberes y algún tipo de control… Expulsar a ese niño a la calle es tenerlo en el barrio fumando, bebiendo, y metiendo bulla a la hora del recreo, como los he visto.
Una vez discutí con un profesor porque expulsó a mi hermano, y eso no era un castigo, era un beneficio: se iba a levantar a la hora que le diera la gana, y a hacer lo que le diera la gana. (…) El absentismo escolar aquí es grande, es grande. Yo tengo vecinos con 19 años que no saben leer, ¿eh? (…) Por ejemplo, en la etnia gitana, las chavalas, o las chiquillas, ¿no?, porque son chicas, el problema es que se casan muy jóvenes, rápido. Por ejemplo, mi prima tiene 21 años y ya el año que viene se nos casa, y es una
de las que más tarde va. Por ejemplo, mi hermano se casó con 18, mi hermana con 18, que también van tarde, pero tengo un primo que está con una muchacha que tiene 15 o 16 años, y el año que viene se casan también. Eso lo que hace es quitarlas antes de los colegios, del instituto, aparte no tienen una motivación dentro de su casa para que estudien. (…) Y no ya motivación: obligar, porque si no los obligas…Nosotros empezamos a trabajar con jóvenes, pero por distintas circunstancias empezamos a atender a menores, y posteriormente descubrimos que era mucho más importante realizar un trabajo integral más que un trabajo por sectores de población, entonces concentramos toda la energía en trabajar con familias. Ahora mismo, en una tercera etapa, lo que pretendemos es trabajar con familias, a las que llegamos de distintas formas.
La intervención social en este barrio (no sólo pública, sino privada) ha sido asistencialista desde sus orígenes, que viene de la tradición de la propia iglesia, luego lo público mimetizó toda esa lógica, y aunque había un discurso de lo comunitario, que ha sido desmantelado en los últimos años, realmente el asistencialismo ha sido como una profesión. (…) Ciertamente no estamos pasando un buen momento, no sólo el Comisionado, sino la intervención pública en el barrio, como líder de estos procesos. Lo público no pasa un buen momento, entre otras cosas porque la otra parte, el mercado, ya se ha encargado de generar la crisis en la que los recursos públicos están ahora mismo bajo mínimos. (…) El Comisionado tiene todavía mucho de oportunidad, también según como nos posicionemos ahora. (…) A lo mejor esa mayoría social que estaba por el cambio, ahora mismo puede estar dudando si el Comisionado es útil.(…) Pero el Plan Integral sigue siendo algo que la gente quiere y necesita.
El apoyo más grande lo tuve en la parroquia, con el cura Miguel, que fue el que me ayudó a estar de educador. Empecé como voluntario con 15 años en la parroquia, me quedé allí, conocí a chavales de la casa tutelada de aquí del barrio… Empecé a ir, me gustó el trabajo, y le propuse a Miguel que me gustaría ser educador, pero lo que pasaba es que era muy joven todavía. Cuando tuve 19 me brindó la oportunidad de entrar, y así empecé a cobrar, me hacía mis contratos de verano, de sustitución, hasta que al final tenía mi contrato de indefinido, pero eso termina porque me exigían una titulación de educador o de trabajador social, lo cual yo no la tengo, porque mi nivel de estudios es el que te he comentado anteriormente (graduado escolar)".
El apoyo más grande lo tuve en la parroquia, con el cura Miguel, que fue el que me ayudó a estar de educador. Empecé como voluntario con 15 años en la parroquia, me quedé allí, conocí a chavales de la casa tutelada de aquí del barrio… Empecé a ir, me gustó el trabajo, y le propuse a Miguel que me gustaría ser educador, pero lo que pasaba es que era muy joven todavía. Cuando tuve 19 me brindó la oportunidad de entrar, y así empecé a cobrar, me hacía mis contratos de verano, de sustitución, hasta que al final tenía mi contrato de indefinido, pero eso termina porque me exigían una titulación de educador o de trabajador social, lo cual yo no la tengo, porque mi nivel de estudios es el que te he comentado anteriormente (graduado escolar)".
Charo, Chamorro, Domingo: gracias.