Entre 1925 y 1975, Hannah Arendt mantuvo viva la correspondencia con Martin Heidegger.
Algunas de las cartas eran cartas de amor.
Se llevaban casi veinte años, ella había sido su alumna y, aunque ninguno de los dos renunció a una historia propia, independiente y, la mayoría de las veces, físicamente alejada del otro, nunca dejaron de escribirse.
Murieron, ella primero, con seis meses de diferencia.
¿Cuánto pueden llegar a pesar las palabras para quien las escribe? ¿Cuánto pueden llegar a valer? A menudo leerlas en voz alta es un consuelo. Hay en ellas algo de mágico si dicen la verdad y, cuando los besos no existen, las palabras son los besos.
Todas las pasiones están ya escritas.
Empiezo a cansarme de lo poético, del romanticismo y de la música, porque no me sirven para describir lo que estoy viviendo, para hacerlo físico. En este capítulo no hay canciones, y esa ausencia, al principio, me hacía pensar que no había nada valioso en este afecto que es "otra cosa", pero estaba equivocada.
He decidido no observarme tanto, no diseccionar cada partícula de esta composición.
Las autopsias sólo se practican a los cadáveres.
Es sábado a mediodía y, en una terraza entre Ópera y Santo Domingo, con una copa de vino blanco tamaño Cola Cao delante, Raquel ejerce de editora y me dice que para despegar del todo me falta desinhibirme un poco más, tener menos miedo a herir sentimientos ajenos con lo que escribo; ser más explícita si el texto exige ser más explícita y no ir pidiendo disculpas por nutrirme de la realidad. Raquel dice: "quien se acerca a un escritor sabe a lo que se arriesga".
Estoy de acuerdo.
Pero de momento la novela se queda en el cajón.
En marzo de 1925, Martin le escribió a Hannah:
“Cuando brama la tempestad alrededor de la cabaña pienso en “nuestra tempestad” (…) o me tomo un descanso soñando con la imagen de la joven que, con un impermeable y un sombrero encasquetado sobre los ojos grandes y quietos, entró por primera vez en mi despacho y que, pudorosa y reservada, respondió con parquedad a todas las preguntas – y entonces traslado la imagen al último día del semestre – y sólo entonces sé que la vida es historia.
Guardo mi amor por ti”.