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El útero de mi tía tiene forma de soga. Las sogas, como las pulseras plásticas de las niñas que venden en los chinos, tienen formas de animales perfectos. El útero de mi tía Lourdes es un animal perfecto: huele a estiércol y a hierba mojada y a veces se lo comen las moscas. A mi tía le han quitado un trozo de útero y no se va a morir pero le duele. No se va a morir pero le asusta. A mi tía le han quitado el útero y yo, que soy una  mala sobrina, no he ido a visitarla. Los hospitales me dan miedo. Tanto que a veces prefiero no ir a ver a mis seres queridos, opto por decir hola, tía, estoy ocupada, opto por mentir, hola, tía, estoy ausente. La primera vez que me quedé a dormir en un hospital, fue para cuidar a mi abuela después de su duodécima operación. La primera vez que me quedé a dormir en un hospital mi abuela se cagó encima. La habitación comenzó a apestar. Llamé a las enfermeras para que limpiaran pero no venía nadie. Abracé a mi abuela, que lloraba de vergüenza. Pero su peste solo me provocó amor. Su mierda era mi amor por ella. Mi cara relajada, mi ceño sin fruncir, era su amor por mí. El fin del mundo tiene que ser algo parecido a esto, pensé: estar al lado de alguien a quien amas cuando todo lo que te rodea apesta a final infeliz.
El fin del mundo debería ser así.
Dos personas abrazadas en mitad del desconcierto.
Tranquilas pero tristes.
Con lágrimas pero soportando.


Luna Miguel, La tumba del marinero

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