Diarios de la gestación de Valencia



"Pasa y desaparece hacia más allá que ver
                                               hacia lo que jamás se olvida"
Hugo Mujica





Estamos gestando un agua. Hoy aprendí la palabra ruiseñor. La escuché a mamá decirla después de oír tu voz. Lloraba como un tigre azul y por eso a veces siento que me ahoga. Sus lágrimas son como pequeños cuchillos que se me van injertando. Pero yo te digo, te lo digo bien, me da un enojo infinito su desconsuelo. Y pateo. ¿Creerá que estoy creciendo feliz? Muero de frío cuando tengo solamente sus dos manos en el vientre. ¿Y las tuyas, papá? Me nombra Valencia. Me habla. Es necesario que lo sepas, dice que ustedes hicieron un viaje, en marzo, apenas se conocieron. Y después saca libros de poemas y lee durante horas. Yo la escucho. La escucho igual que tú, y siento que nos está gestando en su agua nocturna. En su mapamundi de cosas y diamantes. Apoya la cabeza en la almohada y dice que me concibieron una mañana de vacaciones mientras  tú cantabas a la manera del mar. Y ahora me muevo y hace un frío de luna inmenso. Una llanura terrible, porque estamos solas. 




Sé que se siente afortunada. Pasa horas frente al espejo y estira su panza y la envuelve en sus brazos, como si yo me agigantara. En la mañana la escuché decir que quisiera tener una foto de los tres, tú besándola y yo, tan gusanito, símbolo del amor y los viajes.

Sin embargo esto es todo lo que hace a medida que los días pasan. ¿Lo sabes? Estamos la mayor parte del tiempo abrazadas, conversando, alimentándonos cuando suena tu voz. A veces la siento feliz. Eres su caballo de fuego. Como tener  un caleidoscopio de arco iris, así la siento temblar. Papá, sentirte es ser alegría, ¿verdad? ¿Por qué no vienes? ¿En qué viaje de caballos de pan te alimentas? 



Me nombraron Valencia, me hicieron Valencia, me amaron Valencia. Es una cosa aguada abrir los ojos, mover un dedo. Mamá baila una música y canta. Creo que es tu canción favorita. Trata de hacerme feliz. Pero yo sé que sus caballos se encienden sólo cuando tú dices palabras como guitarras.

 

He crecido, apenas. Mamá me alimenta bien.  Hay un arroz que se va metiendo por la boca como si fuera sepultando muertos.





Aquí dentro mamá tiene constelaciones. Le va creciendo el oro a través de tu voz. Va a todos los lugares exponiendo su vientre mágico, habla del amor y sonríe.

Por momentos la siento en otro idioma, como si tuviera una varita de flores para apuntar y convertir todo en una memoria preciosa e incomprensible para mí. El problema siempre ocurre durante la noche. Yo me doy cuenta que oscurece porque su cara rebota contra la almohada y no me deja espacio. Queda con la espalda hacia arriba, es una especie de bicho maldito que no me deja respirar. Se olvida que existo y solamente dice tu nombre. Y llora y se ahoga. Es mala madre. Hay días que toma pastillas y después me dice: “perdoname Valencia, vas a salirme como la más hermosa de todas mis deformaciones”. Pero yo cierro los ojos y pienso en ti, en cómo serán tus manos. Sabes, madre es una mujer apasionada y deslumbrante, obsesiva. Llorona. Una mujer que delicadamente va formándose batallas para huir de su cuerpo y dejarme acá, sola. Tan sola, papá… sin tus manos.




Sólo con tu voz le crece el oro del cuerpo, sólo con tu voz deja de flagelarse y me ama.





Se va formando la hondura de mis ojos. Los abro. Miro por entre medio del recipiente enorme donde me tiene. Me muevo. Le duelo el cuerpo. Mientras ella piensa en Aristóteles o Bukowski. Dice que hay dolores felices y me deja revolcarme y rebotar contra las paredes anchas, le acaricio las caderas casi siempre. Mamá es un tigre color pantera, o una hiena, o quizás una perra. Mamá te ama y abre las piernas como si galoparas dentro, yo también te siento golpeando, papá. Abro los ojos. Te veo entrar en ella como el amor dulce. Pero no entiendo por qué después llora tanto.





Te escuché mientras cantabas con mamá todas esas canciones ayer a la tarde. Ella se reía a carcajadas porque cambiabas algunas letras. Y yo empecé a moverme, papá. ¿Has sentido cómo me movía? Desde aquí adentro soy una especie de miradora feroz del amor. Me arrinconé un poquito contra las costillas para oír mejor. Tú tienes ese sombrero que tanto le gusta, ¿verdad? Aquí la geografía es distinta, nunca se sabe cuándo mamá lloverá ni cómo su vientre se volverá montaña. Pero sí que a veces es triste. Yo creo que me ama y me odia a la vez. Creo que ella es un poema.




Anoche la escuché rezar para que vuelvas





Quiero salir. Quiero ver su cara. Me chupo el dedo porque no conozco otro sabor de mundo. Quiero ver llorar a mamá de verdad. Sentirla como resonando en los huecos y horizontes que le construí en el vientre. 



Sus constelaciones me emocionan. 



Hoy me detuve a ver el corazón de mamá. Es un naufragio inmenso. Se hincha como un hijo muerto y se acalambra, se contrae. Irriga una cosa roja constantemente. Me baña. Ensucia como el amor de ustedes. Qué hermoso es verlo. Tú debieras ver esa fatiga de estrellitas alrededor cuando dice tu nombre. Parece que se queda quieto y de pronto zás, de nuevo la rojura de meteoritos que va cayéndome. Son relámpagos: vértigos que se abren y se cierran para llenarme y alimentar el cuerpo entero. El corazón de mamá es grandísimo como una casa en reparación. Como una nebulosa en medio del terror y hace ruidos de enloquecerse. Es un mundo distinto. Se llama corazón, sí. Está ramificado y tiene precipicios. Tendrías que decirle que te muestre. Ábrele el pecho y mira. Apoya tu cara ahí para escuchar y borrar las sombras, o dejarte caer en ese adentro invisible; ese tiempo con forma de planeta grueso que se va despedazando, y que despliega una legión de manos atrayéndote. Su corazón desperdiga un latido y otro, hace honor a la nostalgia con ese bamboleo de girasoles al sol. Yo puedo ver expandirse una esperanza aquí.





Mamá no me ama. Dice que sí, pero me ahoga. Ella es un dragón volcándose en la cama, le doy contracciones, le señalo una dulzura aquí, pero se niega. Parece tartamuda o autista. Me engendró y ahora quiere destruirme. Por lo tanto, me llevará al mar y entre las piedras, reluciéndose toda, va a abortarme. Es un dolor lento nacer muerta. Me lleno de las maravillas de tu voz, papá. Solamente eso. Gota por gota me va deformando, dice que no le sirvo, que soy un cáncer y se le hinchó el vientre. Pero este núcleo púrpura de espectros que me soy, te llama como un zumbido de moscas, como ese tango que escuchas detrás del cristal, sin atreverte a más que volarte en el próximo pájaro que pase sin nombre para anclarle el tuyo.

Mamá me ama demasiado, interminable. Por eso me aborta dentro de su cuerpo. Me deja guarecer entre sus costillas pero ya no me alimenta. Dice que hay que incendiar su vientre y esparcirlo en el mar. Mamá tiene tus ojos tatuados. Y yo tengo un miedo atroz. Soy una mentira creciendo en un campo de fuego. Soy dos manitos con huesitos de juguete.




Al mar. Porque soy una niña ilimitada y malsana. Porque soy el amor que funciona como palazos en su cuerpo, tan imposible como el mío.

Al mar este nacimiento asustado. Manantial. Paisaje bendito entre palabra y palabra.

Mi nombre de niña buena, engendrada ante las pérdidas de sol en esta tarde azul, reflejo en la redondez del mundo. Desde aquí, engullida en este vientre maldito, me atravieso la muerte, por la boca de los profundos.


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