Cuando me inspiro y logró crear un poema, nunca sé hacia dónde me llevarán mis letras. Carezco de meta; soy el receptáculo que deja fluir sus pensamientos. Los versos surgen como si tuvieran vida propia; alma que oscila por el viento con curvaturas insospechadas...
No me senté pensando en los mineros fallecidos. Sin embargo, el dolor que percibí en el ambiente, me llevó a las entrañas mismas de la tierra. A la roca madre y a los cascos con linternas. A las caras adustas y a las lágrimas austeras.
Va por los que sufren en silencio. Por los que siguen entrando en la negrura eterna. Por los que se marcharon. Por ellos.
MINEROS
El hábito blanco sobre la piel oscura
cruz de madera suspendida en el cuello
pies calzados recorriendo la tierra
manos rotas entre la siembra
humo saliendo de los poros
mirada obtusa en la arena
metros de profundidad
en las entrañas negras.
Los hombres caminan gachos
las mujeres ocultan sus penas
los niños no tienen qué comer
los perros esperan fuera
tragedia humana en la montañas tiernas
ajadas por excavadoras
mutiladas con dedos de plomo
se fue un día, se fue otro.
El ascensor bajaba
alumbrando el trayecto
y la muerte lo cubrió todo
el oxígeno se acabó
la mirada se ahogó
los pulmones callados por el dolor
y los órganos fundidos
sin tiempo.
Hijos de las rocas
hijos de las mujeres
hijos que no volveréis a ver la mañana
ni tampoco la intemperie
las flores cubrirán vuestros cuerpos
las flores cubrirán vuestros hoyos
sin embargo, no veréis la estampa
ni tampoco el amor o el odio.
La noche murió con el rostro tiznado
los corazones dejaron de latir
el alma huyó
hacia el mar de alabastro
hacia las nubes sin vida
no volverán a subir los ascensores
ni una vez ni otro día.
La procesión de ataúdes nunca finaliza.
Anna Genovés
30/10/2013
Derechos reservados a su autora
© Anna Genovés
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