Mi manera de amar el cine pasa por varios niveles, lo cual hace que casi todas las películas me gusten (o, al menos, de cada una de ellas saque algo favorable: ya sea una interpretación, una o dos frases, la banda sonora o los momentos que me hacen reír). Dejo aparte los filmes malísimos porque veo muy pocos (pero sí vi mucho cine de ese tipo en mi infancia y adolescencia: bodrios de serie Z que se proyectaban en los cines de sesión doble, y que no obstante tenían su encanto). En un primer nivel, un nivel C, estarían las películas que simplemente me entretienen, que me hacen pasar el rato y están a mil millas de ser perfectas (cito ejemplos de este año: Pacific Rim, Juerga hasta el fin, Tú eres el siguiente, Kick Ass 2…). En un nivel B pondría aquellas que me han gustado lo bastante como para verlas otra vez, si tengo oportunidad, películas que me parecen muy buenas (Oblivion, Pain & Gain, El Llanero Solitario, The Conjuring, Gravity…). En un nivel A están aquellas que, de vez en cuando, me vuelven absolutamente loco, películas a las que durante unos días doy vueltas en la cabeza, me acuesto pensando en ellas y me levanto pensando en ellas (ahí entrarían, de este año, Django desencadenado, Mud, Antes del anochecer, Prisioneros…). La vida de Adèle, basada en la novela gráfica El azul es un color cálido, entra en la tercera categoría. Es una de esas películas que te marcan. O, al menos, a mí me marcan. Me vuelven loco. Me hacen apasionarme por el cine de nuevo.
La vida de Adèle, la primera película que veo del cineasta tunecino-francés Abdellatif Kechiche, sigue los pasos de una chica, desde los últimos coletazos de la adolescencia (las clases, los primeros amores, la rebeldía) hasta la entrada en la madurez (el trabajo, la estabilidad económica, la independencia). Ella se llama Adèle (interpretada por una actriz prodigiosa en todos los sentidos: Adèle Exarchopoulos), y desde el principio es una chica sensible, introvertida, capaz de enamorarse hasta el tuétano, pero también una adolescente confundida. Antes de su primer escarceo con un muchacho, se cruza por la calle con una mujer de pelo azul, Emma (interpretada por otra actriz inmensa: Léa Seydoux; ambas ganaron un premio en Cannes por sus interpretaciones), y siente una sacudida, un enrojecimiento de las mejillas, una confusión: sabe que ha sido amor a primera vista, pero sus miradas, sus titubeos y sus mentiras indican al espectador que se niega a aceptarlo. Que ella no es lesbiana. Por azar o destino, Adèle terminará conociendo a Emma, lo que dará pie a una de las historias de amor más bellas y emotivas y apasionadas que hemos visto en los últimos años. Una historia en la que no faltan unas escenas de sexo tan explícito, tan bien filmado, que será difícil que alguien las supere.
No quiero desvelar más sobre el argumento. La gente suele plantearse qué película les pondría a unos extraterrestres si vinieran a la Tierra y quisieran conocer nuestras costumbres. Para que supieran lo que es ser una mujer en el mundo contemporáneo occidental yo les pondría esta película. Porque va más allá del lesbianismo. Es un filme sobre cómo las mujeres aman y sufren, sobre cómo practican el sexo y sienten la pasión, sobre cómo deben sobrevivir en una sociedad plagada de etiquetas y miedos y prejuicios, sobre cómo las heridas las afectan en todos los órdenes de sus vidas.
Cuando salí del cine, aturdido, encantado, conmovido tras tres horas de proyección, me pregunté cómo el director había logrado que nos inmiscuyéramos tanto en la vida de una mujer (y sufriésemos junto a ella). Pues lo que ha hecho Kechiche, principalmente, es enamorarse y enamorar a la cámara de su actriz principal. Es una película en la que predominan los primeros planos, a veces no sabemos muy bien lo que ocurre alrededor de los personajes porque la cámara se centra en los rostros: las lágrimas, la piel, las miradas, el rubor, las sonrisas, el pelo… De este modo, el espectador acompaña en todo momento a Adèle, convive con Adèle, casi siente sus mocos, sus llantos y sus orgasmos. Sobre ella está construida la película y creo no equivocarme si digo que sale en todas las escenas (no en todos los planos). Hay secuencias que, al principio, parecen banales (esos momentos largos en los que los personajes se dedican a comer y a hablar de cultura), pero van creando poco a poco un clima de desasosiego, de tensión, que van anunciando lo que va a suceder después. Por cierto: es una película circular, que empieza con un plano parecido al principio y al final, algo que me entusiasma y que me fascinó, por ejemplo, en Sin perdón.
A mí me ha parecido dolorosa, emotiva, sublime. Y me he enamorado de las dos actrices, o de sus dos personajes…
La vida de Adèle, la primera película que veo del cineasta tunecino-francés Abdellatif Kechiche, sigue los pasos de una chica, desde los últimos coletazos de la adolescencia (las clases, los primeros amores, la rebeldía) hasta la entrada en la madurez (el trabajo, la estabilidad económica, la independencia). Ella se llama Adèle (interpretada por una actriz prodigiosa en todos los sentidos: Adèle Exarchopoulos), y desde el principio es una chica sensible, introvertida, capaz de enamorarse hasta el tuétano, pero también una adolescente confundida. Antes de su primer escarceo con un muchacho, se cruza por la calle con una mujer de pelo azul, Emma (interpretada por otra actriz inmensa: Léa Seydoux; ambas ganaron un premio en Cannes por sus interpretaciones), y siente una sacudida, un enrojecimiento de las mejillas, una confusión: sabe que ha sido amor a primera vista, pero sus miradas, sus titubeos y sus mentiras indican al espectador que se niega a aceptarlo. Que ella no es lesbiana. Por azar o destino, Adèle terminará conociendo a Emma, lo que dará pie a una de las historias de amor más bellas y emotivas y apasionadas que hemos visto en los últimos años. Una historia en la que no faltan unas escenas de sexo tan explícito, tan bien filmado, que será difícil que alguien las supere.
No quiero desvelar más sobre el argumento. La gente suele plantearse qué película les pondría a unos extraterrestres si vinieran a la Tierra y quisieran conocer nuestras costumbres. Para que supieran lo que es ser una mujer en el mundo contemporáneo occidental yo les pondría esta película. Porque va más allá del lesbianismo. Es un filme sobre cómo las mujeres aman y sufren, sobre cómo practican el sexo y sienten la pasión, sobre cómo deben sobrevivir en una sociedad plagada de etiquetas y miedos y prejuicios, sobre cómo las heridas las afectan en todos los órdenes de sus vidas.
Cuando salí del cine, aturdido, encantado, conmovido tras tres horas de proyección, me pregunté cómo el director había logrado que nos inmiscuyéramos tanto en la vida de una mujer (y sufriésemos junto a ella). Pues lo que ha hecho Kechiche, principalmente, es enamorarse y enamorar a la cámara de su actriz principal. Es una película en la que predominan los primeros planos, a veces no sabemos muy bien lo que ocurre alrededor de los personajes porque la cámara se centra en los rostros: las lágrimas, la piel, las miradas, el rubor, las sonrisas, el pelo… De este modo, el espectador acompaña en todo momento a Adèle, convive con Adèle, casi siente sus mocos, sus llantos y sus orgasmos. Sobre ella está construida la película y creo no equivocarme si digo que sale en todas las escenas (no en todos los planos). Hay secuencias que, al principio, parecen banales (esos momentos largos en los que los personajes se dedican a comer y a hablar de cultura), pero van creando poco a poco un clima de desasosiego, de tensión, que van anunciando lo que va a suceder después. Por cierto: es una película circular, que empieza con un plano parecido al principio y al final, algo que me entusiasma y que me fascinó, por ejemplo, en Sin perdón.
A mí me ha parecido dolorosa, emotiva, sublime. Y me he enamorado de las dos actrices, o de sus dos personajes…
Paula
Sinceramente, para que se hagan películas lésbicas como ésta prefiero que no se haga ninguna… porque mucho decir que visibilizan y normalizan pero parece que nadie ve que en realidad estamos en lo de siempre: las relaciones entre mujeres se convierten en objetos de morbo masculino y en escenitas degradantes de tetas y coños antes que en cualquier otra cosa, y eso es más un retroceso que un avance.
Soy lesbiana y estoy muy harta de escuchar tantas alabanzas absurdas a esta película que no es más que el desahogo pornográfico de las obsesiones de un director déspota. Fui a verla ilusionadísima porque el cómic me había encantado y tenía las esperanzas de encontrarme con algo igual de bueno o quizá mejor, pero no puedo expresar mi sorpresa al encontrarme tamaña basura… Quince minutos de porno lésbico completamente gratuito e injustificado que ensucian el resto del metraje y actúan a modo de llamada de atención desesperada (así como llamada a la recaudación, a la audiencia y a la crítica masculina) para disculpar tres horas insustanciales, desaprovechadas y vacías, con lo que podía haber dado de sí una temática inicial tan fantástica. El director sólo se preocupó de rodar tijeras y cunnilingus, no hay rastro de la profundidad de la novela gráfica, de su estética cautivante, de su buen gusto, de su sensibilidad, de su despliegue en cuanto a temas y motivos… sólo sexo explícito, poses ridículas y morbo facilón para arrastrar a la gente a verla y convertirla en vouyers.
Sin esas largas escenas de sexo la película habría ganado en dignidad y fuerza, precisamente es contraproducente a su causa este excesivo regodeo. En lugar de estas escenas (o de gran parte de ellas) se podría haber aprovechado metraje e incluir, por ejemplo, una escena de ataque homófobo de los que están tan tristemente vigentes en Francia u otros países europeos, eso sí contribuiría a una mayor sensibilización del público y no una escena como la de las tijeras con la que la película cae en el ridículo, se descalifica a sí misma y le da la razón a quienes afirman que es pornografía mostrada sólo con el propósito de excitar. ¿Cuál es la intención si no de regodearse de tal manera? ¿Si no vemos ocho orgasmos no entendemos la pasión entre ambas protagonistas? ¿O la “necesidad” de meter estos quince minutos de sexo salvaje era porque si no nadie aguantaría tres horas soporíferas viendo a una actriz con cara de empanada?
Me pregunto cómo es posible que nadie (o muy pocos) vean lo que es en realidad esta película: una fantasía pornográfica de un director heterosexual, basándose en un juicio apriorístico de cómo follan dos lesbianas que no es más que su propio deseo puesto en imágenes (y además tiránicamente, en plan “vosotras tocaos hasta la extenuación que yo filmo mientras babeo). De haber sido dos hombres los protagonistas (o un hombre y una mujer), el director jamás se habría recreado así en una escena sexual entre ellos y la película no habría sido tan brillante para los críticos. Si la pareja hubiera sido heterosexual y si el sexo, aunque realista, hubiera sido tratado de manera más sutil, de esta película ni se habla. Y mucho menos se la premia. Pero claro, a los críticos heterosexuales les ha gustado mucho y por eso ganó Cannes…
Por eso, lo que me escama de todo esto (aparte de que me es imposible simpatizar con un señor que ha hecho que sus actrices se sientan poco menos que abusadas…) es que el director ha reducido una historia compleja sobre el amor, la amistad, la intimidad… en una larguísima escena de sexo hecha desde el punto de vista de un observador masculino y heterosexual (qué sorpresa) que reduce a las lesbianas y a las mujeres en general en objetos hipersexualizados cuyas prácticas sexuales son y deben ser aquellas que despiertan los deseos de este público en particular. Como siempre, se reduce a las mujeres (lesbianas o no) a lo mismo. Objetos. Objetos con los que vender, comerciar, excitar… objetos masturbatorios y poco más.
Esta película no hace ningún favor a la causa homosexual, más bien todo lo contrario.
Si me extiendo tanto y me expreso con tanta vehemencia es porque quiero que mi punto de vista (que es el de muchas lesbianas también) ayude a entender por qué tanta indignación justificada con esta película, por eso insisto en dar explicaciones de lo que considero que es un enfado lógico (el que también siente la propia autora del cómic) y no una pura histeria “porque sí”.
Recomiendo encarecidamente la lectura del cómic original para que cualquiera compruebe la diferencia por sí mismo en todo cuanto afirmo: claro que hay sexo, de hecho nadie niega la necesidad de que lo haya, pero está tratado de una manera completamente diferente: con buen gusto, sensibilidad y respeto. Son escenas estéticas y realistas, no tan facilonas, exageradas y burdas como en la película, donde la mirada masculina y casi onanista se delata por sí sola. La autora, Julie Maroh, también expresó su indignación al respecto. Conste, insisto, que en ningún momento se discute sobre no mostrar sexo en la película, de hecho es necesario y está justificado que se muestre, pero no ASÍ. El problema no es con el sexo explícito siempre que esté justificado y bien presentado. El problema es cuando se ha decidido mostrar una escena sexual larguísima con el único propósito de crear morbo gratuito y polémica para después querer tomar al espectador por tonto, hacerse el ingenuo y pretender venderlo como “arte”. Eso es lo indignante. Más que una relación sincera y realista entre dos mujeres parece una fantasía pornográfica bastante tópica (e incluso ridícula por determinadas posturas) de un hombre heterosexual.
Tened por seguro que si Kechiche hubiera dirigido “Brokeback Mountain” o una historia de amor con dos hombres como protagonistas, ni de coña se habría recreado tanto. Es por este cúmulo de circunstancias por el que las lesbianas nos sentimos tan ofendidas: se nos reduce siempre a lo mismo, al mismo papel de objetos destinados a dar placer o morbo a la audiencia… Es curioso que las mayores alabanzas procedan, justamente, de hombres heterosexuales; las mujeres, heteros o lesbianas, la ponen bastante peor y son mucho más críticas. Será quizá porque la cosificación sexual de la mujer es algo tan enquistado en nuestra sociedad, en todos los ámbitos, lo tenemos tan admitido, que ni se permite darle la vuelta cuando alguien lo cuestiona (y entonces, de hacerlo, se nos tacha de histéricas, mojigatas o estrechas de mente, como si confundiéramos “abiertos de mente” con “necesidad de mostrar sexo explícito”) y, como siempre, se visibiliza a las lesbianas sólo para la consecución del placer masculino; se las muestra como objetos sexuales en la pantalla con la hipócrita excusa de que es necesario ver esas escenas pornográficas para entender la vida de la protagonista. Y así, la vida de Adèle se queda reducida a “La vida sexual de Adèle”. Una película fácil, vulgar, pornográfica, con todo lo que podía haber dado de sí (no se dedica apenas atención a la lucha interior de la protagonista, a los conflictos con sus padres y amigas ni la solución a los mismos, no se incide en la necesidad de una mayor visibilización y normalización, etc.)… Creo sinceramente que Kechiche no quiso desarrollar con la misma extensión y profundidad ningún otro tema más que el sexual, disfrazando tal cantidad exagerada de escenas pornográficas bajo tres horas de “cine” y “arte”. El director parece que sólo se dirige a un público específico para que alabe su obra. Podía haber hecho una verdadera maravilla, pero se dejó cegar por el recurso más fácil y explícito. Es verdaderamente una lástima.