PROYECTO WILFRED
Era una granja venida a menos a unos cuarenta kilómetros de París, cerca de una comuna de hippies donde Flavio tenía varios amigos. De las tres que vimos, esta era la que menos posibilidades tenía de caerse en cuanto diéramos un portazo. Era de recios muros de piedra, lo que me garantizaba que una corriente aire no acabara desplomando los techos. El tejado, completo en su mayor parte, sólo necesitaba retejarse en la zona de cuadras, defecto que el propietario se avino en reparar para que pudiéramos montar ahí nuestro taller. Su precio era razonable, así que nos instalamos en cuanto la limpiaron y la vaciaron de trastos ya que en los últimos años había servido como almacén de cosas absurdas, algunas de las cuales me gustaron tanto que me permitieron quedarme con ellas.
Lo absurdo siempre ha tenido mucha trascendencia en mi vida, por eso no puse objeciones a que Flavio compartiera granja conmigo sin pagar un franco.
— Yo te garantizo a cambio las mejores lechugas del país —me dijo tendiéndome la mano.
Y yo, claro, acepté.
La granja tenía un pequeño terreno, muy pequeño, pero suficiente para un huerto y dos hamacas: el culmen de la filosofía hippie.
Si tengo que ser sincero, me gustó la idea de vivir en una casa en el campo porque así tendríamos espacio para que Nicole pudiera pasar el verano con nosotros.
Nunca me había encontrado en la tesitura de decorar una habitación infantil. La cría tendría por entonces ocho años. Lo digo sin la menor certeza porque siempre he sido muy malo para eso de las fechas. Supongo que el primer verano en la granja fue el de 1972, pero no pondría la mano en el fuego.
(Proyecto: vida de Wilfred, libro en proceso)