Segundo de los tomos de los diarios de Trapiello correspondientes a 1988. Seguimos de la mano de su autor por los mismos escenarios ya conocidos: Las Viñas, su casa de Madrid cerca de Bárbara de Braganza, el Retiro (claro). Aparece un personaje sugerentes que creo que no aparecía en el anterior volumen: un tipo medio loco medio genial (como todos los locos) que está siempre en la panadería del barrio, unas veces tranquilo, medio ido, otras alterado hasta tal punto que tienen que llamar a la policía. En uno de esos estados alterados de este personaje (que no recuerdo su nombre pero qué más da), el propio Trapiello sale en su defensa cuando un tipo, posiblemente con razón, quiere pegarle por manosear a su señora esposa. Al final es el esccritor el que acaba recibiendo. Es solo uno más de esos episodios que le suceden que, de tan reales, no sirven para la ficción. Este loco aparece también, aunque con menos asiduidad (al menos hasta el momento) en el volumen séptimo, Una caña que piensa, que estoy leyendo actualmente junto con otras lecturas. Me pregunto si en los anteriores tomos, inencontrables a día de hoy, estará también presente. Esa es una de las razones de mi interés por leer los dietarios en orden, aunque no puede ser. En cualquier caso volveré a ellos según se vayan reeditando.
Otro lugar común que tienen estos cuadernos es la querencia de Trapiello para la greguería, que salpica las páginas cada cierto tiempo y que sirven también para descongestionar tanta cotidianidad.
Y poco más que añadir, que creo que no es necesario seguir comentando cada volumen que vaya terminando ya que, al fin y al cabo, serán de la misma índole. Y lo digo como algo positivo: me interesa su voz frente a la nada, su mirada frente a lo anodino, y sus anécdotas de corte surrealista.
Otro lugar común que tienen estos cuadernos es la querencia de Trapiello para la greguería, que salpica las páginas cada cierto tiempo y que sirven también para descongestionar tanta cotidianidad.
Y poco más que añadir, que creo que no es necesario seguir comentando cada volumen que vaya terminando ya que, al fin y al cabo, serán de la misma índole. Y lo digo como algo positivo: me interesa su voz frente a la nada, su mirada frente a lo anodino, y sus anécdotas de corte surrealista.