Gatos, calidad literaria.

hemingway

Ha llegado un nuevo inquilino a casa. Se llama Roger y es un gatito de de tres meses. Es blanco con el lomo negro-grisaceo. A los lados de sus ojos tiene dos rayas de un negro más intenso, como si se hiciese la línea de los ojos estilo egipcio. J. Hernando Herráez que nos habló de un poema de Vallejo (aquí), no para de mandarme mensajes contándome los beneficios que aporta un gato a un escritor. Me habla de una soledad más hermosa, una soledad que no deja de ser soledad pero que es compartida. Roger maneja una soledad bastante ajetreada, no para de correr, saltar, arañar, cazar etc. aunque ahora que me he puesto a escribir ha decidido sentarse sobre mi regazo y ronronear. Es cierto, no sé si es a lo que se refiere J. Hernando Herráez, que ese ronroneo da otra calidad al silencio, y que su temperatura sobre mi piel, cambia la temperatura del cuarto. Ahora ya no ronronea, se ha quedado dormido.

El caso es que otro amigo, Luca Marchesini, a cuentas de las fotos que colgué de Bohumil Hrabal con su gatete y de Irène Némirovsky con el suyo, me pidió que hiciese un post de escritores y sus gatos. El primer escritor que se me viene a la cabeza siempre que pienso en gatos es Hemingway. Hemingway adoraba a los gatos y tenía tropecientos, de hecho, descendientes de sus gatos siguen viviendo en su casa, donde dicen que hay más de cien. Tenía especial cariño a los gatos de seis dedos. La anécdota famosa la cuenta en una carta a su amigo Gianfranco Ivancich. Uncle Willie uno de sus gatos ha sido atropellado por un coche dejándole las dos patas derechas destrozadas, luego le golpearon con un bastón, aun así, el gato se arrastró y logró llegar a la casa.

Le pedí a René que trajera un cuenco con leche y René lo sujetó y acarició y Willie bebió la leche mientras le pegaba un tiro en la cabeza. No creo que sufriese, sus nervios estaban destrozados así sus piernas no habían empezado a doler. Monstruo quiso dispararle por mí, pero no podía delegar la responsabilidad o que Will pudiese saber que alguien lo estaba matando…

He tenido que disparar a gente pero nunca a nadie que conociese y amasa durante once años. Tampoco a nadie que ronronease con dos piernas rotas.

Poe es mítico por aquel cuento de El gato negro en el que el protagonista mutila a su gato Pluto tras una noche de borrachera y más tarde, en un descenso a los infiernos debido al alcohol, lo cuelga de un árbol. Esa noche la casa del protagonista sale ardiendo. Al día siguiente, un gato gigantesco aparece de forma extraña entre las ruinas. Meses después encuentra otro gato negro similar a Pluto pero con una mancha blanca al que adopta. La mancha blanca se va transformando en la figura de un ahorcado y otra noche de borrachera ataca de nuevo al gato. Esta vez su mujer se interpone y enajenado por la ira el protagonista asesina a su mujer con el hacha. Rápidamente decide esconder el cadáver en las paredes del sótano. Cuando termina no encuentra al gato por ningún lado al que supone huido tras el altercado. Al cabo de unos días aparece la policía que registra la casa sin éxito, el protagonista se crece y comenta lo bien construida que está la casa, con un bastón golpea la pared para mostrar la consistencia, ante los golpes se oye un maullido desde dentro de la pared que contesta. La policía inmediatamente abre la pared para encontrar el cadáver de la esposa y al gato que el protagonista creía huido sentado sobre su cabeza. Poe, tenía, en realidad, una gata llamada Cattarina a la que el escritor adoraba y de la que se sentía tremendamente orgulloso por haber aprendido a abrir puertas.

capoteTambién estaban los gatos de Cocteau, que eran “el alma de su casa”. O Tyke, el gato de Kerouak que se murió al día siguiente de que su amo partiese de su casa en Nueva York, le escribió un poema en su libro American Haiku: Levantando mi / ronroneante gato a la luna / suspiré. Otro beat, Burroughs, escribió una novela autobiográfica titulada The cat inside, donde recorría su vida a través de sus gatos, un gato, decía, no ofrece servicios, se ofrece a sí mismo. El gato en Desayuno en Tiffany’s de Truman Capote o Raymond Chandler haciéndose pasar por su gato Taki al escribir:

Pasaros algún día cuando vuestra cara esté limpia y podemos debatir sobre el estado del mundo, la estupidez de los humanos, el predominio de la carne de caballo pese a que preferimos los solomillos de lomo y nuestros problemas compartidos como conseguir que las puertas estén abiertas en el momento adecuado y las comidas se sirvan en intervalos más frecuentes. He conseguido que mi servicio las sirva cinco veces al día, pero sigue habiendo espacio para mejorías.

A mí siempre, y ahora que tengo un gato rondándome las letras, me gustó aquel poema de Borges que acierta, a mi parecer, en señalar el misterio y la grandeza de los gatos. Sin duda, parecen descendientes de una estirpe de reyes y al mismo tiempo cargan con el silencio, y eso, es un gran cargar.

No son más silenciosos los espejos
ni más furtiva el alba aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera
que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
divino, te buscamos vanamente;
más remoto que el Ganges y el poniente,
tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
caricia de mi mano. Has admitido,
desde esa eternidad que ya es olvido,
el amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás. Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño.

borges

 

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