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Como buscaba un soltero destacado de la literatura, o la soltería misma hecha literatura, para iniciar una serie de taxonomías literarias al margen de las más ortodoxas (y no menos disparatadas que las que se me puedan ocurrir), podría haber sacado de la chistera docenas de escritores solteros que lo fueron descaradamente. Ejemplos hay de sobra. Pero no se trataba de eso; buscaba el ejemplo paradigmático, el modelo supremo. Siempre dentro de unos referentes propios. Alguien para quien la posibilidad del matrimonio fuese un asunto central en su vida y obra.
¿Existe una literatura de solteros, y a su vez, otra de casados? Es el tipo de preguntas que no tienen respuesta, y también da igual que no la tengan. Las mejores preguntas nunca tienen respuesta. Siempre me han parecido un poco ridículas las clasificaciones literarias. Incluso las de género, qué se le va a hacer. Eugenio D’Ors en una de sus glosas pasaba por encima de todas las clasificaciones literarias para quedarse con la que divide a los escritores en dos grupos; responsables e irresponsables. Cosa moral, por supuesto. Y, mudando la terminología a su gusto, habla de «edificantes y corrosivos». Como ejemplo de lo primero, aunque «avieso», señala a Nietzsche; de lo segundo, a Leon Bloy. Entiendo, arremeter contra Bloy justifica cualquier invención taxonómica. Según D’Ors, «los escritores que no sirven para nuestra edificación no son verdaderos autores»2.