Serena Cruz o la verdadera justicia, de Natalia Ginzburg

coliseo

La historia aparece en el post de hace diez días (aquí), Félix Romeo fue el primero en hablarme de Natalia Ginzburg y me escribía mails que empezaban siempre con Querido Miguel, a mí no me llamó la atención aquella fórmula hasta que se murió y me puse a revisar sus emails uno tras otro a ver si encontraba alguna respuesta que me ayudase a entender qué había sido nuestra relación y por qué había dejado de ser de forma tan brusca. Lo que encontré fue el patrón de comienzos y entonces me acordé de la novela de Natalia Ginzburg, Querido Miguel, quizá una de las mejores cinco novelas que he leído en mi vida. La Ginzburg tiene una de las prosas más limpias y efectivas que jamas he visto nunca. Con efectiva me refiero a que te atrapa y no te suelta y no lo hace con la trama sino con la prosa y no lo hace con una prosa donde los fuegos artificiales sean tan hermosos que no podamos apartar la vista, sino con una limpieza y una sencillez que son difíciles de perpetrar.

Serena Cruz o la verdadera justicia es el último libro de N. Ginzburg. Lo escribió poco antes de morir. Es un ensayo (o mejor, un relato periodístico + opinión). En él se nos cuenta la historia de Serena Cruz, una niña adoptada en circunstancias poco claras por una pareja de italianos que pese a las circunstancias poco claras la adoran y la cuidan a las mil maravillas, y como a los dos años un tribunal decide arrebatarles a la niña a la que no vuelven a ver causando gran dolor y gran revuelo en toda Italia.

Natalia Ginzburg indaga en este hecho y en hechos similares donde otros niños son arrebatados por la justicia, recrea la historia, recopila las opiniones de todo aquél que publicó sus opiniones en periódicos, recoge las sentencias de los jueces. Ginzburg seserena coloca del lado de Serena y de su familia adoptiva, está en contra de lo ocurrido. Quizá este colocarse tan claramente en su bando sea lo que menos me convence, si se le puede poner algún pero, pues muestra cierto sentimentalismo al respecto en un tema tan crudo. Quizás, esta falta de distancia, que en otros ensayos como aquel sobre Inglaterra en Las pequeñas virtudes, tan divertido, eran un logro, aquí resienten un poco las argumentaciones por mostrarla algo imparcial. Frente a las justificaciones de los jueces por luchar por la justicia y la seguridad de ‘la infancia’, que no se siente base para que la adopción de niños se convierta en un negocio, Natalia Ginzburg defiende el presente, la necesidad de atender el caso de Serena sin importar el futuro, sino lo que es justo y mejor para la niña en este instante.

Hace poco he leído un libro de Oliver Sacks, El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. En el primer relato, del que toma el título la colección, se narra el caso del doctor P., músico y profesor de música, que acude a la consulta de un médico por algunas molestias en la vista y la memoria. A las preguntas del médico responde de modo extraño. Le enseña una rosa y le pregunta qué es. Responde: Quince centímetros de longitud. Una forma roja con un apéndice lineal verde. Le enseña un guante y le pregunta qué es. Responde: Una superficie continua, cerrada, sobre sí misma, dotada de cinco extensiones huecas, si puede decirse así. En el momento de irse, el doctor P. “miró a su alrededor en busca del sombrero. Alargó la mano y agarró la cabeza de su mujer, trató de levantarla y ponérsela en la cabeza. ¡Había confundido a su mujer con un sombrero!”.
EL doctor P. se había apartado del mundo de la realidad y habitaba en un lugar donde en vez de realidad, veía abstracciones. A sus ojos no había ninguna diferencia entre la cabeza de su mujer y su sombrero.
El lenguaje del doctor P. me ha traído a la memoria el que se hablaba en aquellos simposios sobre las adopciones. Tampoco en el lenguaje de los simposios existían rosas ni guantes, ya que su lugar lo habían invadido argumentaciones y construcciones farragosas y había desaparecido la diferencia entre seres vivos y objetos inanimados, entre cabezas humanas y sombreros.

Detrás del evento que revoluciona Italia y que sirve como chispa de inicio para este libro hay una reflexión más profunda realizada por Natalia Ginzburg, aquella que se pregunta por los espacios, por una brecha, y es de las brechas de donde surgen las grandes obras de arte, donde deben adentrarse los artistas. En este caso es la brecha, la distancia, entre la ley y la justicia. Brecha que se me antoja insalvable, y por ello, el intento de la Ginzburg, aún más poderoso y conmovedor.

Sé que esta crítica quizá me ha quedado menos divertida, con menos retorcer el lenguaje y buscar la frase puntillosa, pero he pensado que de una señora que me ha regalado tanto placer (y entiéndanme bien, en placer entra sabiduría y conmoción y lágrimas y risas y sorpresas y lenguaje y) sólo podía hablar así, intentando ser sencillo y honesto, como ella.

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