Prisioneros es uno de los dos trabajos que el canadiense Denis Villeneuve ha rodado en Estados Unidos; el otro es Enemigo (y en ambos participa Jake Gyllenhaal, cada día mejor actor). De ambos se ha hablado ya muy bien en los festivales en los que se han proyectado. Villeneuve es autor de varias películas, pero yo no he visto (aún) ninguna. Dirigió, por ejemplo, la celebrada Incendies.
Esta película, Prisioneros, parte de una situación que a menudo vemos en los noticiarios: dos niñas desaparecen. Igual que ocurría en El juramento (de Sean Penn), en Mystic River (de Clint Eastwood) y en Zodiac (de David Fincher), esa desaparición se convierte en el eje sobre el que gravitan los personajes, obsesionados a partir de entonces por encontrar huellas y descifrar el rompecabezas: ¿Quién es el responsable? y ¿Dónde están los desaparecidos: siguen vivos o han muerto? Como en las películas citadas, la atmósfera del filme es turbia, malsana, obsesiva, a veces tiene también algún paralelismo con Seven. El personaje de uno de los padres (Hugh Jackman, para mí en la interpretación más lograda de su carrera: acojona más que transformado en Lobezno) y el de un policía encargado de la investigación (Jake Gyllenhaal, cuyo método interpretativo es muy diferente al de Jackman, y que también hace un papelón) empiezan a obsesionarse con el caso. Jackman es un padre furioso, que no duerme, que no descansa, que está carcomido por ideas fijas, y que hará cualquier cosa por encontrar a su niña. La obsesión agota, y la incertidumbre nos va convirtiendo poco a poco en monstruos, monstruos dispuestos a todo. Ese estudio psicológico de los personajes (además de la dirección y de la puesta en escena, sin olvidar a secundarios tan magníficos como Paul Dano) es lo más notable de Prisioneros: de qué forma, como ocurría en Zodiac o en Mystic River, la búsqueda de algo que se nos escapa de las manos se erige en una especie de aventura del Capitán Ahab a la caza de Moby Dick. Cuando el Mal se nos escapa de las manos y la rabia, la incertidumbre y la desesperación empiezan a destruirnos.
No quiero contar más. Algunos dirán que hay algunos agujeros en el guión: no lo niego. Pero lo que me interesa en estas películas no es si le falla alguna costura al argumento, sino cómo está construido el filme sobre esos personajes, y cómo el desasosiego y la angustia nos agotan también a nosotros durante 150 minutos. Un filme del que se va a hablar (y escribir) mucho. Un peliculón.