Siempre Susan, de Sigrid Nunez


Sigrid Nunez fue amiga y discípula de Susan Sontag, y durante un tiempo fue pareja de su hijo (David Rieff, autor del emocionante Un mar de muerte, entre otros libros). El retrato que nos ofrece en este libro de recuerdos sobre la escritora tiene mucho de desmitificador. Nunez no adula desde la posición de quien idolatra a una figura célebre e importante. Tampoco carga las tintas en sus ataques. Es decir, creo que hay un equilibrio: hay varios palos y hay varias caricias. Está escrito desde el cariño, pero también desde esa atalaya en la que se colocan quienes no dudan en lanzar dardos a sus seres queridos. En otras palabras: Nunez humaniza al personaje, a la gran figura ensayística sobre la que todos hemos leído, y esa humanización pasa por señalar no sólo sus abundantes virtudes, sino también sus numerosos errores. No obstante, y ya que me cuesta aceptar las desmitificaciones, me quedo con los pasajes en los que Sigrid Nunez absorbe consejos de Susan Sontag; consejos sobre la escritura, sobre ciertos libros, sobre el cine que tanto le gustaba. Ahí van unos fragmentos:

Con ella supe por primera vez que una película vista desde una butaca muy cerca de la pantalla es mucho más apasionante. Por ella sigo sentándome siempre en la delantera del cine, sigo resistiéndome a ver películas por televisión y nunca he sido capaz de alquilar vídeos o DVDs.

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Los que la invitaban con frecuencia acababan tan descontentos como ella. Se había ganado la reputación de ser un monstruo de arrogancia e inconsideración, pero, así funciona el mundo: seguían llegándole invitaciones y ella seguía aceptándolas, y su mala reputación crecía y crecía.

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“La pregunta que te tienes que formular es si lo que estás escribiendo es necesario”. Yo no sabía nada al respecto. ¿Necesario? Ahí, pensé, radica el bloqueo del escritor.

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Decía que un escritor nunca debería prestar atención a las reseñas, ya fuesen buenas o malas. “De hecho, ya verás: las buenas a menudo te harán sentir incluso peor que las malas”. Además, decía, las personas son como las ovejas. Si una persona dice que algo es bueno, la siguiente dice que es bueno y así sucesivamente. “Y si yo digo que algo es bueno, todo el mundo dice que es bueno”. En cierto momento, la gente ya ni siquiera miraba la obra; simplemente decidían qué opinión les merecía basándose en lo que ya se había dicho al respecto.

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Decía que era un error preocuparse demasiado de si caías bien o mal a los demás. Ser despreciado en ciertas circunstancias, o por cierta gente, podría ser un gran cumplido.

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A pesar de todas sus pasiones, su inmenso apetito por la belleza y el placer, su famosa avidez, y el infatigable ritmo de una tan vida intensa [sic] que podía despertar la envidia, estaba mortalmente insatisfecha, y la suya no era una inquietud que pudiese curarse por más que viajase. Y a pesar de sus innegables logros, todos los honores obtenidos con esfuerzo y los elogios bien merecidos, la sensación de fracaso se aferraba a ella como el luto de una viuda.


[Errata Naturae. Traducción de Mercedes Cebrián] 

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