LA MANZANA DE CRISTAL: Let’s Go Yankees

¿Te apetece ir a ver un partido de béisbol? Me han regalado unas entradas en el trabajo.
Claro. ¿Por qué no? ¿Dónde?
En el Bronx.



Nunca pensé que visitaría el Bronx. Había viajado a Nueva York con el propósito de no salir de Manhattan. Hasta cruzar la mitad del puente de Brooklyn me había parecido excesivo. Y eso que había lidiado en otros viajes con militares armados (Gambia), atracadores (Florida) y exhibicionistas (Londres). Pero el caso era que no podía quitarme de la cabeza todas aquellas películas de Scorsese que había visto una y otra vez desde que era pequeño.
No te preocupes me tranquilizaba Goki. El estadio de los Yankees está solo donde empieza el Bronx. Además, habrá mucha gente que va a ver el partido.
¿Y cómo iremos?
En metro.
Podía recordar tres, cuatro y hasta cinco secuencias diferentes de tiroteos en el metro de Nueva York. Por una vez en mi vida, me arrepentí de haber visto tanto cine americano.
Está bien contesté. No quería quedar como un gallina. ¿Contra quién juegan?
No lo sé dijo Goki.
Eran los Baltimore Orioles.

Nos reunimos con dos amigos suyos, Keitaro y Bryan, directamente en la estación al lado de su piso. Keitaro era japonés, con la cara ancha y hablaba sin parar de sexo. Bryan era medio chino medio canadiense, muy serio y silencioso. Solo abría la boca para hacer bromas muy ácidas, pero sin sonreír, así que había que estar atento.
He estado dos veces en Barcelona me explicaba Keitaro mientras pasábamos las estaciones correspondientes a Central Park. Es una ciudad maravillosa.
¿Te gusta?
Sí, mucho. ¡Qué chicos tan guapos tiene! Estuve en el Circuit en 2010 y 2011. Me hubiera gustado volver este año, pero la verdad es que follé tanto que creo que voy a tardar una década en recuperarme.
Keitaro se reía a carcajadas él solo.
A cualquier cosa lo llamas tú follar replicó Bryan.
Tenía la extraña sensación de estar en un capítulo adulto de Doraemon. Todos eran una cabeza y media más bajos que yo.
¿Y tu novio a qué se dedica?
Es humorista dije.
¿De verdad? A mí me encanta el stand-up comedy comentó Bryan con la frialdad de un psicópata.
Debe ser muy divertido.
Bueno, lo es. Pero tampoco es que se pase todo el día contando chistes aclaré.
Eso les hizo gracia por algún extraño motivo.
Por entonces, ya habíamos salido de Manhattan.

Al salir de la estación, respiré hondo diciéndome a mí mismo que seguro que no iba a ser para tanto. Goki me acarició la espalda. Subimos las escaleras y, nada más poner un pie en el Bronx, nos encontramos de frente un hombre negro hablando solo y a gritos. No vendía nada. Decía algo de la desgracia del mundo. Le faltaba un ojo pero no llevaba la cuenca tapada. Se podía ver el interior de su ojo sin ojo cicatrizado por su piel oscura. Apestaba a alcohol. Goki me estiró del brazo y caminamos hacia el estadio esquivando al extraño mendigo.
Eran aproximadamente 200 metros, pero no pude evitar la tentación de echar un vistazo al barrio. Las casas era de dos pisos, con la pintura caída y aspecto destartalado. Algunas ventanas estaban tapiadas. Pasamos por debajo de las vías del tren donde tres tipos sin camiseta charlaban junto a un contenedor de basura. Caía un chorro de agua enorme de algún lugar de aquellas vías. Rebotaba en una pared y se convertía en un río que se deslizaba hasta las cloacas de un poco más allá. Con poca destreza, lo cruzamos, mojándonos los pies. Keitaro hizo algún tipo de broma sexual que no entendí.
En la puerta seis nos encontramos con el resto: Oliver, un alemán rubio y elegante, acompañado de una amiga morena y banal, y Vicky, una tailandesa rica con un amigo homosexual.
¿Qué tal vas? me preguntó Oliver—. Se te ve asustado.
No me gusta este barrio dije.
No te preocupes por el barrio. Preocúpate mejor por que ahí dentro no nos peguen por maricones añadió colocándose su flequillo dorado con una mano.
Tuvimos que pasar un detector de metales y un registro como en un aeropuerto, lo cual me tranquilizó bastante; más que los cinco coches de policía y las dos ambulancias que había en la puerta.
Yo creo —dijo Vicky ya en nuestro asiento que como en el Bronx hay muchos inmigrantes ilegales acaban viniendo aquí todos los inmigrantes ilegales, para estar con sus familias y por eso, al final, hay tantos inmigrantes ilegales aquí y es tan peligroso.
«¿Cómo será la vida de Vicky en Tailandia?», pensé. Yo la imaginaba en un palacio.

El estadio estaba lleno, propiciando el ambiente idóneo para la diversión. Sin embargo, tres jugadas fueron suficientes para descubrír que el béisbol consiste básicamente en que durante la mayor parte del tiempo no suceda nada interesante.
En el fútbol no siempre hay goles, pero por lo menos corren le dije a Goki.
No lo sé. Yo no entiendo de deporte.
Pasaron 40 minutos hasta que, por fin, vimos un home round. El estadio prácticamente se vino abajo. Llevábamos rato haciéndonos fotos por aburrimiento. Aproveché también para preguntar a Keitaro la diferencia entre ball y strike:
Tú olvídate de tecnicismos: es como el sexo anal; cuando ves las pelotas, hay que darle bien fuerte con el bate —dijo. Lo que me hizo pensar que tampoco tenía mucha idea.
Yo no podía creer la cantidad de espectáculos que se iban sumando al partido conforme avanzaba: juegos interactivos en las pantallas, música con coreografías absurdas, la cámara del beso, la cámara de la chica sexy, las felicitaciones de cumpleaños... De pronto, anunciaron por megafonía que dos veteranos de guerra habían acudido al estadio aquella noche. Una especie de presentador improvisado, los sacó a la pista. No dijeron de qué guerra eran pero por su aspecto juraría que no llegaron a Vietnam. Los dos viejos se pusieron la mano en el pecho y empiezó a sonar God Bless America con karaoke incorporado en las pantallas. El estadio entero se puso en pie. Nosotros hicimos lo mismo. Goki se puso la mano en el pecho.
¿Qué haces? le dije.
No sé, me siento muy presionado.
La gente gritaba aquella letra patriótica como si le fuera la vida en ello. Con una escalofriante pasión. Parecían dispuestos a matar por su país. Yo pensaba: «Esto en Barcelona sería imposible». Claro que luego recordé que conocía a unos cuantos tíos dispuestos a matar por el Barça.
Cuando veo estas cosas dijo Bryan pienso que Estados Unidos y Corea del Norte al final no son tan diferentes.
Todo formaba parte del show. Al principio creía que era para suplir los tiempos muertos, pero ya hacia el final, me di cuenta de que era parte inexorable de la idea americana de espectáculo. Que no podían concebirlo de otra manera. Que si vinieran a ver un partido de fútbol a España, pensarían: «Pero, si no sucede nada. Lo único que hacen es jugar».

Nos marchamos en la ronda ocho, un poco antes de que terminara. Ganaban los Yankees. De camino al metro, ya estaba más tranquilo y el barrio no se me antojaba tan peligroso.
¿Qué te ha parecido la experiencia? —me preguntó Oliver.
No me ha gustado le dije. Es un juego muy lento.
A lo que él respondió:
Es verdad. Y ni siquiera llevan pantalones cortos.

LA MANZANA DE CRISTAL:
Butterflies & papagayos
Jet lag
Starbucks

Personajes
Six-pack
Capítulo final

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