Atiende: esta es la vida que tenemos,
lo que queda después de las batallas que dejamos a medias con el final del día,
al volver a casa.
Escucha esa desnudez de los trayectos: te dirá la verdad. A mí suele empujarme hacia una autocompasión un tanto estúpida, un tanto edulcorada por cada uno de mis deseos sin cumplir.
Pero he aprendido a no lamerme las heridas.
Te engañaría si no escribiera aquí que, a veces, mientras busco las llaves e intento dar con el clic exacto de la cerradura, siento como una corriente subterránea el paso de los años; y me pregunto en qué momento aprendí a convivir con ciertas renuncias aceptables.
Supongo que no las elegimos, que no las imponemos. Llegan y nada más; fruto de esta tristeza endémica y necesaria que humedece el espacio; un estímulo para la literatura.
Ante escenario semejante, repito frases que he escuchado en múltiples ficciones y me digo a mí misma que debo andar algo falta de litio, que mi melancolía transitoria sólo se debe a un desajuste químico, a un mal cálculo de las cantidades.
Porque en el fondo soy feliz y soy valiente, y actúo con coherencia.
El domingo por la noche vi una película americana, de Matt Damon, sobre el libre albedrío . Matt me dio la razón: las elecciones del héroe son difíciles.
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