El teléfono comenzó a sonar de madrugada. A esas horas sólo puede tratarse de noticias muy buenas o muy malas. La pantalla iluminaba el techo de la habitación mientras lo dejaba sonar. Sabía que era mi madre porque sólo ella sabe que estoy despierto a las tres de la mañana. No es ningún secreto que no duermo bien, pero ella piensa que es porque sigo soltero tres años después de divorciarme.
Aquella fue la última llamada antes de que tirara el móvil por la ventana. Escuché cómo se destrozaba sobre la acera y después volví a enrollar un billete para meterme otra raya. Odio la cocaína, pero la necesito para estar despejado en los juicios. A un juez se le supone despierto, muy despierto, y así es como me presento en los juzgados cada día, con mi toga y mis puñetas. Soy autoridad y como tal me siento más alto que el resto, vuelo por encima del mundo, como aquel día en que el barrio dormía y dudé si tirarme por la ventana detrás de mi móvil, arrepentido de no haber hecho caso a mi madre.