"There are nearly thirteen million people in the world. None of those people is an extra. They're all the leads of their own stories" (Synecdoche, New York)
1
Era increíble lo rápido que uno podía adaptarse a aquella ciudad. Quizás porque sus calles respiraban el aroma de las películas de nuestra infancia. O porque allí todo el mundo tenía cara de extranjero. El arcoíris racial que invadía sus avenidas te hacía olvidar en pocos días que tú no formabas parte de aquello. Uno podía aterrizar un viernes y el lunes siguiente sentir que había vivido en Nueva York toda su vida. De alguna manera, había sido así. Era la ciudad de todo el mundo.
Aquella mañana, caminaba en dirección norte por la Quinta Avenida, con un café de Starbucks en la mano y algunos dólares sueltos en el bolsillo. Pasé delante del Empire State, ya sin mirarlo, como cuando camino frente a La Pedrera o La Sagrada Familia en Barcelona.
—Joder, venga, ¡putos turistas! ¡Apartaos que tengo que pasar! ¡Vamos! Solo es un puto rascacielos —pensé.
Yo quería curiosear libros. Comprar, quizás, alguna obra de teatro en inglés. Pero, en todo el tiempo que llevaba en la gran manzana, no me había cruzado con ninguna librería.
—No hay librerías —dijo Goki.
—¿No?
—Había. Pero ya no.
—No puede ser.
—Bueno, hay la biblioteca pública. La de los leones.
—Sí, la de Los cazafantasmas.
—Sí.
—Pero, no puede ser que no haya librerías. ¿No compra libros la gente?
—Sí, pero los compran en Amazon porque te los llevan directamente a casa. Los neoyorquinos no tienen tiempo para ir a hojear a la tienda... Además, ya saben lo que quieren. Lo compran por internet y ya está.
—Sí, ya lo sé. Las Cincuenta putas sombras de Grey.
Sentí una mezcla de vértigo y pena. A mí me gustaban las librerías. Aunque, por lo menos, la gente seguía comprando libros. No era como los CD de música.
Goki me dio la dirección de la única librería que conocía.
2
Pasé frente al Rockefeller Center sin mirarlo. Todavía me quedaban unas cuantas manzanas. Me acerqué a tirar mi vaso de café vacío dentro de una papelera cuando una anciana me detuvo. Me miró fijamente y se puso el dedo índice en perpendicular a su boca para pedirme silencio. La tomé por una loca. Iba vestida de negro. Entonces, señaló a un grupo de ancianas que estaban manifestándose junto a ella. Todas de negro y un cartel que decía: «WOMEN IN BLACK AGAINST WAR». Asentí respetuosamente y me marché. Tuve que detenerme a pensar un momento: ¿a qué guerra se refieren? Tenía algo de prisa.
Más adelante, a la altura de Tiffany's, en la otra acera, un vagabundo me pidió dinero. Le di unos céntimos que llevaba encima.
—Gracias —me dijo, en perfecto español—. Necesito el dinero para volver a casa.
No sabía a qué casa se refería pero aquello me impresionó de verdad.
3
Por fin, llegué a la librería. En la entrada, todo eran libros de finanzas. Era un edificio de dos pisos. El piso de abajo estaba lleno de mierdas al estilo Cómo triunfar en los negocios o Economía para tontos. En la parte de arriba, se acumulaban las novelas, las obras de teatro, la música y las películas. Visto así, parecía un cementerio cultural lleno de piezas de museo. Un homenaje póstumo al siglo XX. Eché un vistazo a algunas obras de Mamet, Albee, Labute y O'Neill y me marché.
4
«Puedo tomar cualquier espacio vacío y llamarlo un escenario desnudo», decía Peter Brook. «Un hombre camina por este espacio vacío mientras otro le observa, y esto es todo lo que se necesita para realizar un acto teatral».
Cada metro de acera en Nueva York parecía un escenario. Yo era ese espectador observando. Todas y cada una de aquellas extrañas criaturas parecían salidas de historias soñadas por locos de todo el mundo.
De vuelta a casa de Goki, un señor con bigote y camisa roja, me entregó un folleto político. Quería pedir mi voto para un nuevo candidato a alcalde llamado CATS.
—¿Como el musical? —dije.
—Sí, exacto.
—Pero, yo no vivo aquí. No puedo votar.
—No importa. Solo quiero informarte.
Aquel tipo dedicó cinco minutos de su tiempo a tratar de convencerme de por qué CATS sería el mejor alcalde que nunca había tenido Nueva York. Y sabía que yo solo era un turista.
Ya a punto de llegar a casa, un negro me paró bailando y puso en mi mano un CD de música. Y me dijo: «It's great». Y yo dije: «Thank you». Después siguió bailando un poco y me preguntó mi nombre. Tuve que deletrearlo dos veces. Sacó un rotulador del bolsillo y me firmó el CD. Y me pidió cinco dólares por él. Le dije: «No, gracias. Lo siento pero no voy a darte cinco dólares». El tipo empezó a discutir conmigo en varios idiomas, entre ellos, el inglés, el español y el fucking. Así que le di un dólar. Le devolví el CD y le di las gracias. Entonces, se quedó más tranquilo.
5
Al llegar a casa, Goki estaba desesperado buscando sus gafas de sol.
—Ha venido un fotógrafo profesional con la dueña a hacer fotos del piso —me dijo— y han ordenado toda la casa. Ahora no encuentro nada.
Todo estaba ordenado. El piso parecía otro. Aunque Goki había empezado ya a desordenarlo para averiguar dónde estaban ahora cada una de sus cosas.
—Tómatelo con calma. ¿Quieres que te ayude?
—No, gracias. ¿Cómo fue en la librería?
—Algo decepcionante. No he comprado nada.
—Vaya.
—¿No crees que Nueva York está lleno de gente extraña?
—¿Gente extraña? Sí. Como en todas partes, ¿no?
—Es como si ya no hubiera libros y los personajes se hubieran esparcido por toda la ciudad...
—No sé a qué te refieres. Dices cosas muy raras.
—Bueno, es solo una sensación.
—¡Por fin! —dijo Goki de pronto.
Había encontrado sus gafas.
LA MANZANA DE CRISTAL:
Butterflies & papagayos
Jet lag
Starbucks
Let's go yankees
Six-pack
Capítulo final