Cuando estudien nuestra época dentro de doscientos o trescientos años una de las circunstancias que más les sorprenderán es que siguieran existiendo las monarquías.
A este hombre del siglo XXV (que vamos a suponer que sea más libre e inteligente que nosotros) que la Jefatura de Estado pase de padres a hijos sin ningún requisito, mérito o elección les debe parecer tan ridículo, lejano y humillante como a nosotros la esclavitud o el derecho de pernada.