Aquí la primera de las entregas de la sección ‘Los versos más míos’ (para saber más sobre está sección: aquí). A partir de ahora aparecerá una cada mes hecha por un invitado especial.
Miguel me dijo que escribiese para esta nueva sección. Primero me alegré, alguien pensaba en mí, luego seguí pensando y pensé que no era el más indicado para hacerlo. ¿Acaso yo tenía de eso? Tenía que haber empezado a pensar por otro pensamiento.
No pienses tanto, me dije. Y vinieron a mi cabeza algunos de esos poemas que se han tatuado en mi maltrecha memoria. Tuve una sensación extraña. La extraña sensación de no saber qué diantres estaba haciendo con mi vida, -me encontraba en esos días-: antes leía muchos más poemas, creo. Antes me lo pasaba pipa, pensé. Pero éste era otro de esos pensamientos equivocados. Continué. Pues elijo uno de los poemas que más veces haya acudido a mi cabeza, me dije. Debes dejar de hablar contigo mismo, pensé. Entonces elegí éste. Espergesia de César Vallejo. Otra opción era Versillos del Monte de Perfección de San Juan. No podía no decirlo.
Debí leer Espergesia cuando tenía trece o catorce años. En la adolescencia, cuando uno se pasa la mayor parte del día renegando del mundo, es sencillo sentirse cómodo dentro de estos versos. Sentirse cómodo y sentirse especial. Regocijarse un poco. Yo nací un día que Dios estaba enfermo, de ahí surgían todas mis desdichas. Oh. Ingenuo. Tontolaba.
Pasaron los años y, como muchos de los aspirantes a poetas de mi edad, tuve la época César Vallejo. Reconozco que aún no se me ha quitado del todo. Por algo será. Espergesia vino a mi encuentro en más de una ocasión y en más de una ocasión lo olvidé. Es cierto. Siguieron pasando los años e Irene, mi hermana, se fue a vivir al Perú. Por mi cumpleaños me envío un doble cede con canciones y recitados de César Vallejo. Ahí estaba de nuevo Espergesia. El recitado está aquí, lo he encontrado en YouTube.
Me pasé los dos cedes a emepetres para escucharlos de camino a la universidad. Cuando iba a la universidad, es decir, los días que iba a la universidad cuando iba a la universidad. Recuerdo que hice copias de los cedes para algunos de mis amigos. De adolescente había pasado a grupi. No era un gran cambio, la verdad.
Después me fui a Perú para estar con mi hermana. En ese tiempo yo ya tenía en casa muchos libros de César y alguna antología. Pero en Perú compré, de nuevo, uno tras otro, todos los libros de César Vallejo en edición de quiosco más alguna cosa que no se encuentra fácilmente por aquí, el teatro o las traducciones, por ejemplo. Ediciones sin comentar. Ediciones de batalla. Ediciones de degustar. Sin pedanterías. Cuatro soles el libro. Un euro al cambio. El poema volvió a regresar a mí.
En Perú también aprendí que antes de beber hay que tirar un puchito al suelo para la Pacha. Para brindar con ella. Cosas que uno va aprendiendo.
Cuando Miguel me pidió que escribiese para esta nueva sección recordé que este poema aún seguía enviándolo a algunos de mis conocidos en correos electrónicos. En ocasiones pertinentes: no quiero que piensen que soy un loco que va enviando poemas de César Vallejo a diestro y siniestro. La última vez que lo envié fue hace menos de quince días. No sé por qué. Entonces pensé que era el poema adecuado. Me conmueve de alguna manera especial. Me sitúa de alguna manera en el mundo. Siempre regresa a mí como nuevo. No sé.
En definitiva, sigo siendo el mismo. Una auténtica desgracia. El mismo bobalicón. Al menos no me creo especial por haber nacido un día que Dios estaba enfermo. Aunque nací un día trece y quién sabe. Espergesia me ha acompañado durante tantos años que lo he hecho casi mío. Creo que a eso se refería Miguel. Por todo esto -y por todo lo que me callo- hago míos cada uno de estos versos:
Espergesia
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.Todos saben que vivo,
que soy malo; y no sabendel diciembre de ese enero.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.Hermano, escucha, escucha…
Bueno. Y que no me vaya
sin llevar diciembres,
sin dejar eneros.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.Todos saben que vivo,
que mastico… y no saben
por qué en mi verso chirrían,
oscuro sinsabor de féretro
luyidos vientos
desenroscados de la Esfinge
preguntona del Desierto.Todos saben… Y no saben
que la Luz es tísica,
y la Sombra gorda…
Y no saben que el misterio sintetiza…
que él es la joroba
musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.
César Vallejo. Nació en Santiago de Chuco, el 16 de marzo de 1892. Estudió Letras en la Universidad de Trujillo y en la Universidad San Marcos de Lima. Destacó por su gran obra poética, siendo sus obras principales: Los heraldos negros, Trilce, España, aparta de mí este cáliz y Poemas humanos. Falleció en París el 15 de abril de 1938, a los 46 años de edad.
Javier Hernando Herráez. Ávila. 1986. Ha publicado algún libro de poemas. Ha estrenado alguna cosa en el teatro. Chimpún.
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