Cuando llamo a un ascensor siempre imagino lo que me voy a encontrar cuando se abran las puertas. Para mi desgracia siempre me equivoco. Solía apostarme las cañas con un amigo a ver quién de los dos acertaba. Yo siempre quería que apareciese una mujer descalza, con vaqueros desgastados y camisa blanca. Mi amigo, que era mucho más listo que yo, se la jugaba a lo seguro: varón, cuarenta años, barrigón y cara de mala leche. Y oye, no fallaba.
Mi amigo murió hace un año y me acuerdo de él cada vez que monto en un ascensor. Yo sigo pensando que un día aparecerá una tía buenísima, por supuesto descalza, vaqueros y camisa blanca, pero hasta entonces me conformaré con el recuerdo de nuestras risas juntos. Salud, colega.