La rata en llamas, de George V. Higgins



Tenemos que agradecer a la editorial Libros del Asteroide la recuperación de uno de los grandes autores contemporáneos de novela negra: George V. Higgins. Empezaron hace unos años con Los amigos de Eddie Coyle, llevada antaño al cine con el título de El confidente. A ésta siguió la traducción de Mátalos suavemente, que Brad Pitt y Andrew Dominik convirtieron en un éxito de crítica y público al adaptarla el año pasado. Ambas novelas ya las recomendamos aquí.

Le llega ahora el turno a La rata en llamas, una historia que envuelve a gángsters, policías, abogados e inspectores de incendios. El propietario de un edificio, lleno de inquilinos conflictivos y reacios a pagar el alquiler, quiere deshacerse de ellos y cobrar el seguro quemando el inmueble. A dos criminales, encargados de la tarea, sólo se les ocurre meter una rata ardiendo en el sótano, una rata que suba por las paredes donde se encuentra la instalación eléctrica. En el mundo del hampa y de las estafas, sin embargo, también hay ratas que llevan zapatos y caminan sobre dos pies...

Pero lo de menos en los libros de Higgins es el argumento. Tampoco las descripciones, sino los diálogos. Es un maestro del diálogo, y leyéndolo nos acordamos inevitablemente de los guiones de Quentin Tarantino. Sus personajes hablan tanto que esa verborrea nos hace creer, a ratos, que estamos leyendo obras teatrales. A través de los diálogos nos enteramos de lo que sucede, de los atributos y las debilidades de sus polis y criminales, de las situaciones domésticas de esos matones que detestan a sus mujeres o de esos agentes con problemas económicos; a través de los diálogos sabemos qué hacen otros personajes que no aparecen “en escena”… De hecho, una de las características de las novelas de Higgins es que siempre hay algún tipo contando una historia en la que los protagonistas no están presentes. Ese estilo indirecto, en el cine, suele ser rodado utilizando el flashback. Otra de las virtudes de Higgins es que, aunque la acción suele ocurrir fuera del escenario (como acertadamente señaló un crítico de The New York Times), y está contada por testigos o por los protagonistas de cada suceso, hay tensión narrativa en cada página. Los polis y los delincuentes de Higgins sueltan tacos, ponen a parir a sus propios colegas o a sus mujeres y casi siempre están nerviosos, lo que empuja al lector a devorarse cada libro en dos sentadas. Veamos un ejemplo:

-Cálmate, ya se me ocurrirá algo.
-Y una mierda. Te pasarás la tarde haciendo el gilipollas para que alguna sala de la Legión Americana contrate a una de tus strippers y, cuando llegue la hora, bajarás la persiana y solo pensarás en lo mío después de llegar a casa, cenar, ver el partido y mirar las putas noticias de las once en que un payaso habla como el Llanero Solitario. Y será demasiado tarde, porque seguro que ni te has leído la denuncia.
-Bien… –dijo Fein.
-Ni sabes dónde está, joder. No soy muy dado a apostar pero, si lo fuese, me apostaría el puto rancho a que ni sabes dónde está.
-Lois lo sabe.
-Lois no es abogado. Ojalá lo fuera, pero no lo es. Lois no puede acompañarme a los juzgados mañana e impedir que me metan en la cárcel. Que es lo que voy a necesitar.
 »Verás, Jerry, soy un hombre razonable. Me precio de serlo. Y acabar en la cárcel no es razonable, ¿verdad? Ningún hombre razonable iría a la cárcel si se le ocurriera alguna forma de no ir. No puedo escapar. Soy demasiado viejo y demasiado gordo y no puedo subir vallas ni correr tan rápido como cuando me piré hace veinte, treinta años. Y eso tampoco me salió tan bien, porque acabaron trincándome y me añadieron una temporadita en chirona por haber intentado escaquearme.  


[Libros del Asteroide. Traducción de Magdalena Palmer]

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