CALLES DE MADRIGALEJO
¡Esos interminables minutos de los pueblos!
(Azorín)
Paseo –romántica suspirosa - por mi infancia:
aquí jugaba con Anabel a las muñecas,
ahí los abuelos de María José y María
allí los dulces como regalo.
Como raíz profunda
de encina milenaria,
vuelvo a Madrigalejo
y los rincones toman vida.
Ciudadana urbana,
se me eriza la piel
cada vez que vuelvo
al parque de mis juegos,
a las tiendas de siempre.
Paisaje salvaje y humano
donde recrear la adolescencia
que me escuchó, temblorosa fugaz,
dudar del mundo y sus atajos.
Saludos risueños por sus calles:
“te pareces tanto a tu tía”,
“no pierdes la pinta”
“ya se lo decía yo a tu abuelo”…
Nuestros gritos zigzaguean
entre el mundo formal de los adultos.
despertares de botellón,
Jayro y Luna hasta las siete.
Acequias y canales
que salpicaron nuestros baños,
seguirán protegiendo
terrenos fértiles de maíz y arroz;
mientras sus amantes infieles
volvemos cada Agosto.
Una parada
en el huracán de caminos,
un refugio para contarnos la vida
una nube no digital
para guardar tesoros.
Presente de ayer,
pretérito de futuro
intensa eternidad azul.
Isla de tiempo detenida
en el bastión furtivo
de las calles de Cáceres.
Fantasmas de damiselas tristes
parecen encender farolas.
Color sepia impregnado
-el primer arte de la fotografía-
entre tanta casa nobiliaria.
Cigüeñas que buscan calor
sobre los tejados de San Jorge
y su musgo feroz.
Encrucijada de caminos
entre fados y jotas,
perdida brújula.
Sin la impostura de papel
va recreando su historia,
piedras de memoria
entre susurros medievales.