Raquel, que ha vuelto de México

La editora Raquel Vicedo consultando el nuevo catálogo de Sexto Piso poseída por una naturalidad extrema

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Dos de mis mejores amigas se llaman Raquel. La primera vive en Oviedo, pero hablamos todas las semanas y por mi tono de voz, sólo con el “hola, amiga” del principio de la conversación, es capaz de intuir si estoy más contenta que unas castañuelas o me quiero tirar por la ventana; la segunda es la de la fotografía y acaba de volver de pasar dos meses en México.

La he echado de menos.

Es verdad que sólo valoramos lo importante que es alguien para nosotros cuando nos falta. No conozco a Raquel Vicedo desde hace mucho tiempo, pero han bastado un invierno y una primavera para hacernos inseparables. Lo nuestro no fue conexión a primera vista, porque llevábamos un par de años cruzándonos por Madrid, con un muy buen amigo en común y muchas pasiones compartidas sin saberlo, pero no nos habíamos hecho mutuamente demasiado caso; hasta que un día la entrevisté para Micro-Revista y ella se mudó a unos escasos 500 metros de mi casa.

La distancia es decisiva.

Y también lo es el grado de locura y la predisposición del otro a tolerar mi tendencia al absentismo. Fríamente, soy consciente de que doy mucho menos de lo que los otros me dan.

La tarde de este domingo la hemos pasado juntas. Llevamos desde el jueves por la noche poniéndonos al día y, ante mi marcha inminente a Jaca, ese lugar, estamos aprovechando el tiempo. Tal vez de esa efusividad contrarreloj (y de la generosa cantidad de vermú que hemos ingerido durante la comida) haya nacido la idea de improvisar una sesión de fotos bajo las vigas de madera de su buhardilla, donde una cómoda recién llegada del rastro, un espejo-sol, y algunas copias de novelas y traducciones pendientes de la última revisión han sido testigos de nuestra desbocada creatividad. La música, 'For musicians only' ; y el espíritu, el de este septiembre un tanto melancólico y cargado de incertidumbre contra el que, desde hace 72 horas, hemos unido nuestras fuerzas.

Raquel me ha traído regalos del otro lado del océano: una caja de cerillas con la muerte mexicana vestida de purpurina roja, un ejemplar de la primera edición de 'Del color de la leche' y un collar de artesanía huichol.

Me pondré el collar, leeré el libro y prenderé la llama.

Y os dejo con una sobredosis de improvisación genial en vena:

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