Madrid 2020
Por María Laura Bech
“Siempre he sentido que hay algo en Buenos Aires que me gusta. Me gusta tanto que no me gusta que le guste a otras personas. Es un amor así, celoso”, afirmaba Jorge Luis Borges.
Hice mía esta frase, hasta que, como en algunas historias de amor, termina o necesitan de un tiempo que las defina. Ahora me pasa con Madrid, siento celos de que a otros les guste.
El sábado 7 de septiembre se define si la capital española será o no, la sede olímpica del 2020 y aunque pienso que es la ciudad más hermosa y perfecta del mundo, no sé si me gustaría que ganara.
Es la tercera vez que se postula como ciudad organizadora, esta vez a diferencia de las anteriores solo tiene dos rivales y un proyecto mucho más interesante. El Comité Olímpico Internacional calificó el proyecto madrileño en 8,08, al de Tokio en 8,02 y al de Estambul en 6,98.
La candidatura de Madrid presume que la apoya alrededor del 80% de los ciudadanos, aunque en internet hoy circula la misma cifra, pero en contra.
La organización de estos juegos tendría un costo de 2.419 millones de euros que se autofinanciarían con los patrocinios privados, la venta de entradas y los derechos de televisión.
La Comunidad y el Estado invierten los fondos para la infraestructura y los gastos de organización que ascienden a 1.594 millones.
Imagino que sería algo muy positivo que ganara, pero la pienso llena de gente. De la gente que va a los JJOO disfrazada de seguidora acérrima de un país, en grupos numerosos, buscando cervezas y festejando por la calle y ahí empequeñecida, Madrid.
Ella que es tan culta, tan mítica, tan abierta a los foráneos, tan pequeña, inundada de extranjeros que ni siquiera tomaran 24 horas en pasearla.
Roberto Arlt, cuando regresó subyugado por el encanto de Madrid a su ciudad natal, escribió:
“Buenos Aires nunca se parecerá a Madrid, para empezar es ocho veces más grande”. Y continuaba relatando que allí nadie sabe qué mujer es decente y cual no. Según él, las primeras y las segundas por la mañana iban en batones y ruleros, pero al anochecer, todos eran estrellas de cine, bien vestidas, maquilladas y seductoras.
Así es Madrid aún, 58 años después. Las mujeres son elegantes y los hombres caballeros. Hay un perfume en la ciudad tan especial que uno se lo lleva impregnado en el alma cuando la abandona.
Me da celos que otras personas la miren, la conozcan. No hay posibilidades de que Madrid no guste y eso me aterra. Siento celos de los franceses y de los italianos que están tan cerca y de los orientales que caerán rendidos ante el arte de la ciudad, aunque solo se detengan para fotografiar la Cibeles y la Puerta de Alcalá. Ay la Puerta de Alcalá.
Tal vez sea lo mejor que gane, probablemente fomente el empleo y el turismo, pero que pena que más gente la quiera, como si no tuviera suficiente promoción con ser la Capital de España.
Mi razón va hacia un lado y el corazón al otro. Ni Pau Gasol logra convencerme. Claro que no hay mejor ciudad para los juegos olímpicos. Tampoco la hay para hacer amigos, para tomarse unas cañas a la salida del trabajo, para caminarla las tardes de lluvia, para recorrerla con un mapa en la mano. No hay ciudad más amigable que Madrid, ni gente más amable que sus habitantes.
“Me gusta tanto que no me gusta que le guste a otras personas. Es un amor así, celoso”