El club de lectura del final de tu vida, de Will Schwalbe


Una de las muchas cosas que me gustan de los libros es su pura corporeidad. Los libros electrónicos quedan fuera de la vista y caen en el olvido. Pero los libros impresos tienen cuerpo, presencia. Algunas veces, claro, te eluden ocultándose en lugares improbables: en una caja llena de viejos marcos de fotos, pongamos por caso, o en el cesto de la colada, envueltos en una sudadera. Pero otras veces te reconfortan, y uno literalmente tropieza con volúmenes en los que llevaba semanas o años sin pensar. Veo libros electrónicos a menudo, pero nunca me persiguen. Me hacen sentir, pero no puedo sentirlos. Son alma sin carne, sin textura ni peso. Se te pueden meter en la cabeza, pero no pueden asestarte un golpe físico.

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Yo estaba aprendiendo que cuando estás con alguien que se está muriendo, tienes la necesidad de celebrar el pasado, vivir el presente y llorar el futuro, todo al mismo tiempo.
Aun así me vino a la cabeza algo que me hizo sonreír. Recordaría los libros que mi madre adoraba, y cuando los niños fueran lo bastante mayores, podría darles esos libros para que los leyeran, y contarles que eran los que le encantaban a su abuela.

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Muchas personas están dispuestas a hablar de la muerte, pero muy pocas a hablar de morir. Mi madre, en cambio, dejaba claro a todo aquel que se lo preguntaba que padecía una enfermedad incurable que acabaría con su vida.

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Todos estamos juntos en el “club de lectura al final de nuestra vida”, tanto si nos damos cuenta como si no; cada libro que leemos bien podría ser el último, cada conversación la definitiva.


[RBA. Traducción de Eduardo Iriarte]

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