Por María Laura Bech
Cuando me hicieron esta foto, hace miles de millones de años, en la feria del libro de Buenos Aires, un alumno me dijo:
-Profe, vi una foto de usted con su novio.
Me dio mucha gracia, porque si realmente estaba saliendo, de vaya a ser uno que lugar con mi novio Julio Cortázar, estábamos bien rodeados, sentado en el fondo Borges, hacia el otro lado, aunque no se ve, está Roberto Arlt.
Su inocencia, me recordó dos cosas: Una que no tenía tan bloqueado Facebook y cualquier persona ajena a mis contactos podía mirar las fotos que subía y, que alguna vez había soñado con ser La Maga.
En sí, no La Maga literalmente, porque la pobre la pasaba pésimo y tenía una vida de desdichas infinitas, sino la musa que había sido La Maga. La musa y la amante, esa mujer capaz de generar ese amor ante el protagonista de Rayuela, que todos leímos suponiendo que era Cortázar.
La viuda del mejor escritor que tuvo Argentina y tal vez uno de los mejores que hayan existido, repite una y otra vez, que ella es más que la mujer de.
Muchas veces me pregunto que será más que ser la mujer de ese escritor. O de un escritor cualquiera.
Ser la mujer de un escritor es perdurar, aunque se pase con el tiempo a ser la ex o la viuda o la innombrable. Hasta las canciones mueren, cambian sus letras o adecúa la idea al contexto quien la canta. Pero un texto se imprime y es para siempre.
Un pintor puede retratarte, pero es solo de perfil, de lado, mirando por una ventana, pero no plasma la esencia de esa persona, ni los gustos, ni los miedos, como lo haría un escritor.
Un deportista puede dedicarte el triunfo, alguna medalla de oro o plata, un beso, los brazos en alto para que te llegue a la tribuna y al olvido de nuevo.
Acaba de celebrarse el aniversario del natalicio de Julio Cortázar, el primero de todos los escritores que hubiese querido conocer en persona. Darle la mano con vergüenza, como en la fotografía y quizás sonrojarme. No hubiera sabido que decirle, supongo que gracias por tanta inspiración o perdón por escribir.