F. C. Delius es un autor al que en España debería prestarse más atención. En Sajalín Editores han publicado ya tres de sus libros: Mi año de asesino (del que hoy nos ocupamos), Retrato de la madre de joven (breve e impactante) y El paseo de Rostock a Siracusa (el mejor de los tres, a mi juicio). En Mi año…, el autor mezcla la realidad con la ficción. Delius toma la realidad (el caso verídico de Georg Groscurth, un doctor alemán al que ejecutaron en el 44), pero para contarla se inventa un personaje narrador, un estudiante de filosofía que, en el Berlín de finales de los 60, se entera de la absolución del antiguo juez nazi que despachó a Groscurth. La intención del protagonista es acabar con esa injusticia asesinando al viejo nazi, matarlo por su cuenta ya que el sistema no ha funcionado tras el juicio en los tribunales. Pero el narrador va perdiendo instintos homicidas a medida que se adentra en su investigación, y poco a poco la idea del asesinato se va diluyendo y todo se transforma en un libro. La novela nos relata varias situaciones: la condena del doctor en los años 40 y sus actividades tras la organización Unión Europea (que luchaba en las sombras); el perjuicio que sufre su viuda veinte años después, cuando es acusada de cargos cada vez disparatados; y las investigaciones del estudiante.
A estas alturas, cuando uno ya empieza a cansarse de leer libros sobre genocidios, ejecuciones sin juicio y todo lo referente al nazismo, Mi año de asesino es, en cambio, un soplo de aire fresco (como suele decirse), una novela basada en hechos reales que, en todo momento, mantiene nuestra atención. No podía ser de otra forma tratándose de Sajalín, editores que cuentan con un catálogo impecable. Uno de los aspectos más interesantes de la propuesta de Delius es que no sólo ajusta cuentas con el régimen nazi: también se ocupa de criticar el sistema del Berlín Occidental y del Berlín Oriental, se ocupa de dejar claro que unos y otros perseguían y acosaban al ciudadano en tiempos de la guerra fría. Os dejo con el principio:
Fue el día de San Nicolás, al anochecer, cuando recibí el encargo de convertirme en asesino. Casi al instante, aunque con cierta ligereza atolondrada, estuve conforme. Una voz masculina y firme procedente del aire, del éter infinito, me azuzó; no fue un demonio, no fue un dios, sino un locutor que leía el parte y que, a través de una especie de segunda pista de audio, me exhortaba, susurrándome al oído, a asesinar al asesino R. Una voz de la RIAS, la emisora de radio del sector americano, y encima el día de San Nicolás: comprendo que, ahora que confieso un atentado que prescribió hace mucho tiempo, habrá quien me tome por loco o tome por loco a quien yo era entonces.
[Sajalín Editores. Traducción de Lidia Álvarez Grifoll]