El ruido de navajas y los gritos de un herido me despiertan en un humilde hostal de Marsella, donde he llegado siguiendo la prosa de Izzo. Nadie me conoce, ni me espera en esta ciudad impura. Podría bajar a la pequeña plaza junto a un teatro de la Canebiere, en esta calurosa madrugada de sombras y luces de neón, y sumarme a la refriega de unos jóvenes cuyos únicos símbolos de identidad son sobrevivir a la mierda, tener pasta en los bolsillos y animar a l’OM. No olvidan que un día, cuando los sueños eran infinitos, se encargaron de dejarles muy claro que nunca llegarían a ser buenos franceses, tampoco argelinos de verdad. Su futuro ya estab escrito por otros.
Esta noche esos jóvenes marcados a fuego desde su nacimiento vuelven al lenguaje de los puños y las navajas, nada es fácil en este lado del mediterráneo. Borracho de pastis fantaseo con ofrecerme para ser víctima de sus navajas de traición: soy el perfecto “don nadie” en esta Marsella por cuyas calles se han mezclado durante años sangre y orina italiana, armenia, argelina, española, africana, judía, corsa, alemana…
La muerte en Marsella, “donde los crápulas se encuentran en su sitio”, es cotidiana, el enésimo titular de un diario en eterna decadencia; la violencia, un lenguaje común, el extraradio es territorio comanche. Liberation abre su portada del 21 de agosto con este titular. “Marseille, cité meurtrie”. Los ajustes de cuentas están al orden del día. Desde lo que llevamos de 2013 se han producido trece asesinatos: jóvenes de los barrios más duros y humildes asesinados a balazos de Kalashnikov, cuerpos calcinados, presos de largo historial abatidos cuando salían de la prisión, un niño de 18 años apuñalado en el Vieux Port…
La noche y sus fantasmas llaman a mi puerta, tentadores, pero
permanezco refugiado en este pequeño hostal, en una diminuta habitación donde releo a Izzo y espió desde mi ventana a los luchadores de la penunbra. Hoy es imposible narrar con honestidad a Marsella después de la escritura de Izzo. Quien lo intente será un blasfemo.
Silencio en la plaza. Callaron las navajas. Carreras apresuradas y el rumor de una motocicleta que se aleja. Los jóvenes apátridas han decidido que es el momento de regresar a la prosa de Izzo, que reine esta noche su verbo de padre intaliano y madre española. Es su modesto homenaje al poeta. “Marsella no es una ciudad para turistas. No hay nada que ver. Su belleza no se fotografía. Se comparte. Aquí hay que tomar partido. Apasionarse. Estar a favor o en contra. Estar hasta las cachas. Y sólo lo que hay que ver se deja ver. Y entonces, demasiado tarde, uno se encuentra de lleno en pleno drama, un drama antiguo, donde el héroe es la muerte. En Marsella incluso para peder hay que saber pegarse”.
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