El cretino benefactor

Marlango y Fito Paéz en mi versión favorita de "Pétalo de sal"

Nada es tan trágico.

O a lo mejor sí, pero no quiero pensarlo.

Nos despedimos. Es sábado por la tarde y alargo el paseo hasta casa, bajando primero por Atocha y después por Huertas. La ciudad en agosto está desierta, parece más pacífica, se ha convertido en un inmenso “jardín de atrás”. No me hiere el sol mientras pienso que se puede estar triste y feliz a la vez; y querer decir muchas cosas y no decir ninguna: “Las cosas que no se dicen es como si no fuesen”, eso cree el personaje de Marina en “La buena estrella”.

Pero no es verdad.

Las cosas que no se dicen habitan entre nosotros inconvenientes e inmortales, con el ansia incómoda de los insectos.

Escucho “Pétalo de sal” y permito que se apodere de mí esa clase de melancolía oscura que va recortando poco a poco el campo de visión mediante el exceso de luz. La canción habla por mí. La claridad, por un momento, el segundo antes de la ceguera, es absoluta; la soledad, infinita.

Es por culpa de esta última primavera, extraña, que he llegado hasta aquí; por culpa de mi “cretino benefactor”. Todos tenemos uno. La influencia que ejerce en nosotros es inconsciente y no premeditada. El cretino benefactor no tiene ni idea de hasta qué punto pueden llegar a pesarnos sus actos, es más, por lo general carece de intención e ignora que su misión es transmitirnos una revelación silenciada durante largo tiempo. Por eso es conveniente identificarlo y no perderlo de vista, porque cada una de sus elecciones absurdas merece ser interpretada con la reverencia que nos provoca la posición enigmática de las runas o el tufillo agorero de los posos del café.

Doy fe: mi cretino benefactor me ha hecho un favor de dimensiones hercúleas.

Me ha ayudado a cambiar de opinión y, como Raimunda en “Volver” cuando huye de su madre, me he parado en seco en el camino y he vuelto.

A veces me asombra a mí misma mi subcultura cinematográfica.

Busco refugio en “La trama nupcial” donde el noventa por ciento de los personajes son lectores voraces, y me repito que, pase lo que pase, siempre será la mejor opción permanecer cerca de la gente que queremos. Carecen de importancia el cómo y el por qué, se trata de una decisión egoísta.

Y hay muy poco de racional en el afecto.

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