En mi barrio éramos pobres y cínicos. Cada tanto alguno de mis vecinos abría un negocio en una racha de entusiamo inusual. Tiendas de abarrotes, licorerías, estudios de tatuajes, veterinarias, peluquerías, talleres mecánicos. Nada duró más de seis meses. Solo uno continúa abierto, un local de lectura de tarot. En esas calles, el futuro es el único negocio redituable.
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