“Que otros se jacten de las páginas que han escrito;
a mí me enorgullecen las que he leído” J.L. Borges

¿Qué lector es capaz de pensar su vida sin la presencia constante del amigo silencioso y discreto que acude solo cuando se le convoca, siempre disponible, siempre fiel? ¿Es que seríamos acaso los mismos si no hubiéramos leído lo que hemos leído? Algunos libros nos marcan para siempre, al igual que lo hacen algunas personas o ciertos acontecimientos de nuestro pasado. Algunos libros nos acompañan porque nos han enseñado a ver la realidad de otro modo, porque han dado forma a los sentimientos que no podíamos expresar, porque nos han abierto puertas que ni siquiera sabíamos que existieran.
El verdadero lector nunca puede dejar de serlo porque su vida depende de ello. Bajo las sábanas en una noche oscura de invierno o robándole unas horas de calor a la siesta veraniega, sucumbirá dichoso una y otra vez, con la pasión de los amores nuevos, al rapto de la conciencia despierta que le ofrece la literatura. La vocación libresca es una herida que solo puede curarse con palabras. Quien lo probó, lo sabe.
Artículo publicado originalmente en Revista de Letras