Al final pasó lo inevitable. En vista de que ni Random ni ningún otro grupo editorial en España quiere recuperar la figura de culto que es el autor uruguayo, no me quedó más remedio que hacerme con una serie de títulos vía Internet. Random Argentina, por contra, sigue reeditando la obra, las nouvelles más que los cuentos (acaban de sacar un nuevo título: Diario de un canalla). Así, me lancé a la búsqueda de librerías que distribuyeran los libros que me interesaban con un mínimo de seriedad. Me dacanté por Isadora Libros, una librería uruguaya que tenían todo lo que andaba buscando. En poco más de diez días un mensajero me traía un paquete con cuatro joyas levrerianas en perfecto estado. La primera que he leído es este Alma de Gardel.
Escrito el mismo año que El discurso vacío, 1996, con este libro Levrero se posiciona justo en el centro de lo que fueron sus dos tendencias más visibles a la hora de componer. Una primera mucho más surrealista, kafkiana y expresionista donde el mundo onírico estaba muy presente. Esta primera etapa tiene como obra cumbre su llamada Trilogía involuntaria; y una segunda etapa que se inaugura, precisamente con El discurso vacío, donde el narrador pasa a ser un yo que, podríamos decir, es el propio Levrero. Una narrativa casi autobiográfica que culmina con su mejor obra, La novela luminosa. Así pues, y a falta de leer algunos libros de entre estas dos épocas (algún día será posible, espero), El alma de Gardel sirve de nexo entre ambos ámbitos literarios.
En El alma de Gardel ya nos encontramos a ese yo trasunto del escritor uruguayo escribiendo pequeñas notas, apuntes de lo que podría ser algo mayor. Basado en la memoria, estas notas se dinamitan a raíz de que el narrador se lleve prestado un paraguas de la biblioteca en una tarde de lluvia. Comienza así a rememorar otros tiempos, o a intentarlo. Sabe que por algún rincón de la casa guarda una colección de paraguas, y cree que había uno rojo, pero no logra recordar a quién pertenecía. El narrador vuelve en varias ocasiones sobre sus pasos y nos narra en las breves notas el trayecto que hizo desde la biblioteca con el paraguas hasta su casa, en un viaje en autobús, lo que le sirve de excusa para contar diferentes anécdotas de otros viajes en autobús, de la tipología de los asientos o de las diferentes formas de ligar con los pasajeros. Toda esta parte introspectiva entronca perfectamente con el dietario de La novela luminosa. Sin embargo, el mundo de los sueños y las presencias también se manifiestan en esta novela.
El narrador está en la biblioteca buscando información de Gardel. Allí se cruza con un hombre de aspecto extraño que le insiste para que deje en paz a Gardel, para que deje de estudiarlo puesto que, si no lo olvidan, su alma no podrá descansar. En diferentes sueños y vigilias que el narrador siente como reales, se le aparecerá el mismísimo alma de Gardel, bien como un ente, bien ante una fotografía, o escondido en el cuerpo de una mujer. Y la culpa de todo es de ese señor de la biblioteca, por lo que comenzará una cruzada para acabar con él. Esta parte del libro recuerda por ese tono desenfadado y absurdo a Nick Carter o a La banda del ciempiés.
Una nouvelle deliciosa que se queda corta y que termina de manera un tanto abrupta. Levrero en estado puro.
Escrito el mismo año que El discurso vacío, 1996, con este libro Levrero se posiciona justo en el centro de lo que fueron sus dos tendencias más visibles a la hora de componer. Una primera mucho más surrealista, kafkiana y expresionista donde el mundo onírico estaba muy presente. Esta primera etapa tiene como obra cumbre su llamada Trilogía involuntaria; y una segunda etapa que se inaugura, precisamente con El discurso vacío, donde el narrador pasa a ser un yo que, podríamos decir, es el propio Levrero. Una narrativa casi autobiográfica que culmina con su mejor obra, La novela luminosa. Así pues, y a falta de leer algunos libros de entre estas dos épocas (algún día será posible, espero), El alma de Gardel sirve de nexo entre ambos ámbitos literarios.
En El alma de Gardel ya nos encontramos a ese yo trasunto del escritor uruguayo escribiendo pequeñas notas, apuntes de lo que podría ser algo mayor. Basado en la memoria, estas notas se dinamitan a raíz de que el narrador se lleve prestado un paraguas de la biblioteca en una tarde de lluvia. Comienza así a rememorar otros tiempos, o a intentarlo. Sabe que por algún rincón de la casa guarda una colección de paraguas, y cree que había uno rojo, pero no logra recordar a quién pertenecía. El narrador vuelve en varias ocasiones sobre sus pasos y nos narra en las breves notas el trayecto que hizo desde la biblioteca con el paraguas hasta su casa, en un viaje en autobús, lo que le sirve de excusa para contar diferentes anécdotas de otros viajes en autobús, de la tipología de los asientos o de las diferentes formas de ligar con los pasajeros. Toda esta parte introspectiva entronca perfectamente con el dietario de La novela luminosa. Sin embargo, el mundo de los sueños y las presencias también se manifiestan en esta novela.
El narrador está en la biblioteca buscando información de Gardel. Allí se cruza con un hombre de aspecto extraño que le insiste para que deje en paz a Gardel, para que deje de estudiarlo puesto que, si no lo olvidan, su alma no podrá descansar. En diferentes sueños y vigilias que el narrador siente como reales, se le aparecerá el mismísimo alma de Gardel, bien como un ente, bien ante una fotografía, o escondido en el cuerpo de una mujer. Y la culpa de todo es de ese señor de la biblioteca, por lo que comenzará una cruzada para acabar con él. Esta parte del libro recuerda por ese tono desenfadado y absurdo a Nick Carter o a La banda del ciempiés.
Una nouvelle deliciosa que se queda corta y que termina de manera un tanto abrupta. Levrero en estado puro.