El ángel que nos mira, de Thomas Wolfe


Tal vez el pasaje más famoso de este libro sean las primeras palabras de la narración (antes hay una advertencia al lector): …una piedra, una hoja, una puerta ignota; de una piedra, una hoja, una puerta. Y de todas las caras olvidadas. Lo citaban en Chinese Coffee, una película “antigua” que vi hace poco, que dirigió y protagonizó Al Pacino, y que trata sobre dos escritores (y que os recomiendo desde ya) obsesionados con autores del calibre de Thomas Wolfe, que murió a los 37 o 38 años y antes dejó un puñado de obras maestras.

El ángel que nos mira, a pesar de su extensión, es un libro fácil, aunque para otros puede ser difícil y quizá exasperante, como lo fue para Bukowski. Me explico. Es un libro fácil para los amantes de la literatura, para quienes no sólo buscan un argumento y unas tramas novelísticas. Es un libro difícil para los consumidores de sinopsis y giros argumentales. Porque, aunque esté novelizado, lo que nos cuenta Wolfe es su vida, los primeros años de esa vida: su infancia, su adolescencia y parte de su juventud, lo que, en su afán de exhaustividad narrativa, le lleva a contarnos otros episodios familiares (al comienzo traza las rutas de sus antepasados, cómo llegaron a Estados Unidos, cómo prosperaron, etc) y a no dejarse nada fuera (detalles acerca de sus hermanos, sus padres o sus vecinos). Pero volvamos a lo que apuntaba al principio de este párrafo: Thomas Wolfe no tiene entre sus manos un argumento (como podría tenerlo, por ejemplo, uno de sus más grandes admiradores: William Faulkner), una trama. Él se limita a relatar una vida. A contarlo todo. Al parecer su memoria era prodigiosa y fotográfica, capaz de retener largas conversaciones, detalles accesorios del paisaje, ruidos y sonidos, fisonomías y nombres. Yo no me he aburrido en ningún momento. Que no haya una trama (salvo la que posee la vida de cualquier ciudadano medio: experiencias, estudios, ambiciones, trabajos, relaciones sentimentales, trifulcas domésticas) no significa que no haya tensión narrativa. La hay. Sobre todo en esos pasajes en los que el protagonista, Eugene Gant (trasunto de Wolfe), se enfrenta a miembros de su familia o quiere escapar del nido e irse a buscar el futuro a otras latitudes, lejos de los familiares y lejos del pasado.

Después de la publicación de esta novela, y aunque Wolfe disfrazó a los personajes (con otros nombres, o transformando un poco ciertas situaciones para ponerlas al servicio de la narrativa), no fue bien visto en la localidad donde creció. Creo que ya lo conté en otro post y no voy a insistir en ello. Novela de formación, sobre los sueños y las ambiciones y las frustraciones de un muchacho que acabará convirtiéndose en escritor, El ángel que nos mira contiene un tono realista y lírico que, sin embargo, de modo sorprendente Thomas Wolfe fractura al final, cuando el protagonista se encuentra con el espíritu de uno de sus hermanos muertos. El amor, la familia, el trabajo, la traición, el dolor, la enseñanza, el pasado, la muerte… todo cabe en este libro de 733 páginas. Dos fragmentos:


De la advertencia al lector:
Éste es un primer libro, y en él ha escrito el autor sobre experiencias ahora lejanas y perdidas, pero que antaño fueron parte del tejido de su vida. Por consiguiente, si algún lector dijere que el libro es “autobiográfico”, el autor no podría contestarle; a su entender, toda obra seria de ficción es autobiográfica, y así, por ejemplo, no es fácil imaginar una obra más autobiográfica que Los viajes de Gulliver.
[…]
Pero nosotros somos la suma de todos los momentos de nuestras vidas; todo lo nuestro está en ellos: no podemos eludirlo ni ocultarlo. Si el escritor ha empleado la arcilla de la vida para crear su libro, no ha hecho más que emplear lo que todos los hombres deben usar, lo que nadie puede dejar de usar. Ficción no es realidad, pero la ficción es una realidad seleccionada y asimilada, la ficción es una realidad ordenada y provista de un designio.

**

Del inicio:
…una piedra, una hoja, una puerta ignota; de una piedra, una hoja, una puerta. Y de todas las caras olvidadas.
Desnudos y solos llegamos al desierto. En su oscuro seno, no conocimos el rostro de nuestra madre; desde la prisión de su carne, vinimos a la prisión indecible e inexplicable de este mundo.
¿Quién de nosotros conoció a su hermano? ¿Quién de nosotros observó el corazón de su padre? ¿Quién de nosotros no estuvo siempre prisionero? ¿Quién de nosotros no será siempre un extranjero solitario?



[Valdemar. Traducción de José Ferrer Aleu]

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