Isla Correyero
LímiteS
Necesitamos testimonios que enciendan en nosotros
el recuerdo de lo más profundo.
Cuando éramos niños teníamos un margen de conciencia
dedicado al Resplandor.
Podíamos ver más allá de los nombres y las cosas. Arder de
amor por los pobres y los muertos. Visitar regiones
invisibles atravesando las azules tinieblas de las
habitaciones.
Traíamos de aquellos límites –siempre frágiles– descalzos
los pies, una peligrosa tristeza y extrañas imprecisiones en
el vocabulario.
Y, cerrando los ojos, volvíamos a ver con claridad lo que
habíamos penetrado
y descansábamos, como dormidos, en el regazo de nuestra
madre
que nos creía y jugaba con nosotros, otra vez, a retirarnos
de la muerte.
De su libro
Crímenes (1993)
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abierta, la luz, la calefacción
encendidas. Hay un poco de vino
en la alacena, el café está reciente
por si me demoro y te vence el sueño.
Acaso estés aquí cuando regrese,
arropada en el sofá con mi manta
de viaje, reconfortada, quizá
complacida del mundo en su belleza,
sabiendo que hay una técnica pura
en esta maravilla de estar vivo.
Y si no estás, bendito sea el tiempo
en que estuviste. Sólo he de abrir
los postigos para que fluya el agua
llovida en la memoria. La luz, pronto,
dejará en las paredes una sombra
que llamará en sus labios con tu nombre,
contenta de estar en casa de nuevo.
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