crista smith |
1
Sin voz. Sin pájaros. Atrapada en la oscuridad de la vida que
pende de un hilo corro entre tinieblas.
No hay sitio donde nacer.
Todos los caminos conducen a la putrefacción negra, en palabras de Georg Trakl.
2
Escucho una voz lejana que dice:
“No dejen que se mate”
Yo me pregunto si acaso leerá mi mente.
Pero no. No se refiere a mí.
Y si supiera.
Las flores amarillas sobre los jarrones de mi habitación se extinguen
con apenas el soplido del viento sin llegar a perfumar la tarde,
el amplio jardín lleno de ausencia sin insectos que lo habiten,
o la cama
prolijamente tendida sin señales de presenciar batallas que quiten
el aire.
Y cuánta belleza alrededor:
Los pájaros azules,
los pies descalzos respirando el césped,
las manos hermosas con uñas rojas
esperando besar alguna espalda.
Sin embargo,
nada, nadie, nunca.
Pienso en alguna que otra frase que suele decirse en esos casos, como:
“Qué pena tan bonita y joven con toda la vida por delante”
Y no puedo evitar la tentación de rezar por un cadáver fresco y suave
que libere del inmenso blanco.
Los poemas rondan siempre a otras y otros, así como los viajes.
Yo de mientras, fumo las estrellas de un cielo que no existe
pero a su vez, me cae.
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