Si hago descender la persiana del dormitorio y mi habitación toma tono carbón y se mezcla con el aire y desaparece o acaso aparece en todo el espacio o sea todo es habitación y no lo es nada, acto seguido pienso en Sarco y en el Chile imaginario porque allá también debe pasar igual con las habitaciones si se hace descender la persiana. Me pregunto si también él queda ese corto minuto paralizado como yo pensando en una habitación idéntica en otro lugar y en otro y en otro y me pregunto si en ese corto minuto a veces ha empezado a escribir o ha terminado de escribir algo y me pregunto qué pensará cuando el pulso regresa (regresa como un cólico), si recordará algo de ese corto minuto, sólo un tanto o acaso como yo lo recuerda tan a fuego que todavía duele horas después y después de muchos días y después de años o si siente el impulso de grabarse a oscuras y colgarse en YouTube gritando por la cuesta del delirio bajan viejas cenicientas pariendo clavicordios pero adentro mientras gimiendo minúsculo estoy mal ¿adónde está el pinche amor parado y la dulzura? mientras un hombre de tres metros y medio cubierto de sombra le desabrocha el alma y el cráneo... Hay veces en que me sucede esto mismo calentando un tupper de mi madre en el micro en la cocina desnudo en zapatillas escasamente ataviado con mi pantaloncito negro corto de deporte de Decathlon y sin que medie ningún estimulo pienso en David cruzado de piernas en el banco de Avinguda Prim vestido con su bata de administrativo que es toda blanco nuclear salvo algún lamparón de café o herrumbre y una espeluznante rayita verde esperanza que va del cuello a los huevos, sosteniendo un café y un cigarro y mirando desolado o contento a donde vuelven las esquinas y me siento tan absurdo calentando un tupper de mi madre en el micro en la cocina desnudo en zapatillas escasamente ataviado con mi pantaloncito negro corto de deporte sin poder doblar la esquina pero también desolado o contento porque parece ser que los poetas no estamos en ningún puto sitio aparente (tengo que recordarme no llamarme a mí mismo poeta nunca más y también llamar a David). En ti pienso también, amor, tal vez demasiado, quién sabe, pero ya hoy soy trastorno puro y duro que no puede jurar si existes o no, sólo que eres buena y bonita y me haces sentir en casa todo el tiempo y que si eso es un fracaso de la mente entonces fracaso y fracaso bien como fracasan los fracasados convencidos porque te amo y no me importa el éxito ni una mejor palabra, tan sólo estar contigo. Vera Eikon dice que decir amor es fluvial y decir muerte es ponerse un dique en la boca (no me digas que no es vera esa muchacha) y luego otra vez pienso en Sarco porque debo tener algo jodido acá arriba, algún cable que conecta submarino con ese otro continente, esa otra masa de fango adonde lo tienen rodeado a mi querido Sarco, se lo quieren comer, amor, quieren roerle los huesos y no dejar nada para los gusanos y es una pena porque los gusanos sí lo entenderían perfectamente porque no hay nada que entender y en eso pienso (pensamos, ¿verdad, Sarco?) cuando bajo la persiana y me quedo parado en la mitad de ese cuarto negro y te juro que me quiero morir a veces y no al mismo tiempo por no ser absurdamente melodramático y si no pensara en ti me dejaría caer sobre la cama a suicidarme de normalidad. Esto te lo juro.
Nuestra ruina
es la angustia
de un perro
que confundió
su itinerario
regresando
a casa
por calles
mal iluminadas.
Esto es de Jorge J., amor, luego a veces pone cosas de poetas franceses y no te das cuenta de que no es suyo hasta el final del poema cuando ya lo quieres abrazar, no me digas que no es para matarlo.
Las ratas se conforman con leer filosofía barata a la luz de la pólvora en las alcantarillas ante tanta ausencia de terremotos.
Para matarlo. Cabrón de poeta. Y estos putos mosquitos, es de no creer... qué noche, amor. Sin ti a mi lado. Leyendo blogs. A mí también es para matarme.