ENTREVISTA A JORDI COROMINAS PARA REVISTA DE LETRAS (LA VANGUARDIA)

Entrevistamos al poeta, performer y periodista cultural Jordi Corominas a raíz de su nuevo poemario Los Lotófagos (Editorial Versos y Reversos), cuyos versos reproduce en su show multidisciplinar Loopoesía 2013.

Jordi Corominas en pleno éxtasis Loopoético


Desconozco si en la genética de Jordi Corominas hay incrustados resabios de algún antepasado funambulista, como en la de Nick Wallenda, sucesor de una estirpe de equilibristas. Wallenda cruzó hace un año las cataratas del Niágara, de una forma elegante y serena: debajo el vacío y el fantasma amarillo flúor de Marilyn. Hay en torno al creador de Loopoesía una coyuntura semejante a la del baile con el viento que supone caminar sobre un cable de acero: un vacío de novedad en la poesía española actual, la enorme carencia del deseo de romper normas en los versos y la necesidad de llegar a otra orilla, más lejana, más honesta, más contemporánea con los tiempos actuales. Probablemente, en la mente del creador catalán estos objetivos no existieran a priori y fueron naciendo en buena ley y lenta cochura, pero sí le rondaba desde el principio la idea de mostrar, transgredir y, quizá, romper unos cuantos decimonónicos versos o, tal vez, tirar al agua un minimalismo poético que nada dice, vacuo, gaseoso.

A mediados del XIX, Blodin cruzó también estas columnas de agua en los Grandes Lagos, parándose en medio de la hazaña a cocinar y comerse una tortilla. Algo muy “Corominas”. Sólo que él prepararía unos spaghetti al pesto, una saltimboca alla romana y un espresso fuerte de postre, uno de los almuerzos trasteverinos del personaje José García en su novela homónima. En persona, Jordi es como un buen café romano: enérgico, arrollador, apasionado, mediterráneo. Él deja sus huellas, sus versos-río dejan su legado. Éstos no caen en catarata, fluyen gota a gota en un poema largo donde los protagonistas vuelan, alados, a través de escenarios históricos y de los mapas sentimentales del autor. El libro, cuyas líneas declama en su performance multidisciplinar de Loopoesía, lleva por título, en este 2013, Los lotófagos. El espléndido poemario comienza con ese Duty Free del olvido patriota que es un aeropuerto, vía de escape de las tragedias cotidianas, lugar de alienación para seguir siendo borrego, espacio para mentirse y dorarse el soy “ciudadano del mundo”.

-Su poemario empieza con un tránsito vacacional: los pasajeros de los vuelos low cost se convierten en los compañeros de Odiseo, ansiando comer flor de Loto para olvidar la rueda de hámster en la que se mueven. Para olvidarla apenas un par de días. ¿Está tan escaso de sueños el hombre de hoy que cree que su libertad reside en las escapadas del fin de semana o en los bajos precios de Ryanair?
El poemario empieza en el aeropuerto porque es un paradigma del “no lugar” contemporáneo con aliño de velocidad, despersonalización, anonimato y consumismo. Además, es un espacio de tránsito y supuesto disfrute, como ocurre con otros “no lugares”, como por ejemplo los centros comerciales. Dentro de su carcasa, se alternan la cárcel y la vía de escape, resumen de la ciudad contemporánea. Esa carcasa contiene en su interior el simbolismo de demasiados elementos de la posmodernidad.
El hombre de hoy día es menos lúcido de lo que parece y sigue la pauta del rebaño desde una supuesta victoria de su individualismo. Todos quieren ser diferentes pero todos son iguales. Y en medio, en una sala privada del aeropuerto, los lotófagos olvidan, como la mayoría de la gente, que viven en la perpetuación de un fast food mental y cultural.


-¿La revolución española, la Spanish Revolution consiste en asegurarse la jarra de cerveza del viernes para los 50 años que nos quedan de vida y convertirse en un lotófago para olvidar la precariedad de los empleos?
La revolución española no ha tenido lugar, aunque hay algunos elementos para la esperanza. Siempre nos preguntamos qué ocurre para que no salga todo el mundo a la calle. De todos modos, la gente debería leer más Historia y entender que una revolución es un proceso de años, no consiste en tomar el Palacio de Invierno y ya está. Echo de menos un verdadero papel de la gente de la Cultura en todo el proceso que debería iniciarse para regenerar el país. Y no hablo de gritar en la calle y lucir palmito: hablo de construir, de proponer, de unirse para intentar cambiar las cosas apresurándonos lentamente.


-Le propongo que me responda a citas de Los lotófagos. Habla de tener un sello exótico en el pasaporte como victoria y de las visitas a la comisaría como celebración de la juventud. ¿Ése es el retrato de parte de la generación nacida en los 90 hoy día? ¿Ése podría ser el retrato de parte de nuestros noveles escritores?
El verso no habla de jóvenes escritores, más bien de la futilidad del viaje, que ha perdido su trascendencia y ha adquirido la banalidad de lo previsible, con fotos desde la comisaría. Si la pregunta es en relación a un cierto postureo de la juventud literaria española pues puede ser, pero de todo hay en la Viña del Señor. Creo que es una generación, la de los veinte a los treinta, diferente a la nuestra en el sentido de interacción cibernética, a través de las redes sociales, con lo que suponen a nivel de promoción y contactos. Yo, con veintitrés años, esperaba poder publicar algún día, pero desde la paciencia, una seña de identidad que quizá estemos perdiendo.


Jordi Corominas el pasado 17 de mayo en Fnac Callao. (Foto: Carmen Garrido)
 


-Para usted el viaje es una Odisea, el viaje cambia al viajero. Si no se viaja no se vive. En cambio, los viajes de ahora sirven para llenar el ego y el Instagram. ¿Qué viaje no olvida Jordi Corominas? ¿Qué viaje le gustaría realizar? ¿A qué época viajaría?
Me fascina viajar y cuando no puedo hacerlo me gusta perderme por Barcelona porque desde lo ignoto llego a un cierto tipo de conocimiento. Soy un escritor que trabaja mientras pasea. No olvido mi estancia en Roma durante dos años porque me abrió una serie de perspectivas e influencias que, en un momento inicial, me dieron mucha vida y aún flotan en mi inconsciente. Me enamoré de la ciudad, es un amor incondicional. Me gustaría perderme varios meses por América Latina. No creo ser capaz de elegir una época a la que viajar, eso casi depende del día. Me gustaría conocer a Giacomo Casanova y acompañarle en sus andanzas, así que vayamos al siglo XVIII en su compañía.


-Siguiente verso que le sugiero comentemos: “Somos una cíclica guadaña”. ¿Debería existir una guadaña en la Literatura/Poesía que olvidara a determinados clásicos demasiado manidos a fin de renovarse?
La Poesía, a veces, parece un arte que se ha quedado anclado en un punto indeterminado del pasado, tanto por temas como por su forma de presentarse al público. Me aburre observar la repetición de repetición y esa solemnidad que la gente asocia con algo cansino. ¿Tanto cuesta intentar acercar los versos y renovar tanto su contenido como su continente? El mundo es una fuente inagotable de la que bebemos muy poco. Por otra parte sí, somos una cíclica guadaña, que mata, y en muchas ocasiones intenta decapitar aquello que puede resultar peligroso para el orden del conformismo, así es.


-En ese juego suyo con La Parca y su instrumento de trabajo habla de que “somos una locomotora que para avanzar requiere anular motas/ echamos cianuro a las reminiscencias/ reseteamos el time line para abarcar felicidades estériles” ¿El ciudadano de a pie usa demasiado la “cíclica guadaña” de la que hablábamos antes para olvidarse de lo que debería hacer, de lo que debería recordar mientras está tranquilamente dormido en su camita?
En esa primerísima parte del poemario comprobamos que las personas que pueblan el aeropuerto parecen autómatas. En la sala de los lotófagos éstos fuman y caen en el olvido del pasado, pero también del presente. Su memoria ha sufrido una modificación letal, la metamorfosis que extermina cualquier posibilidad de recuerdo, se ha cancelado la memoria y con ella la posibilidad de la libertad que le corresponde al ciudadano.


-¿Andan muchos jóvenes poetas hoy día “gimiendo risueños en la ausencia/ afortunados en su letargo de mirar a un techo” mientras flirtean con los clásicos, casi remendando lo ya hecho por otros?
Creo que en España hay buenos poetas, jóvenes y no tan jóvenes. Opino, asimismo, que las redes sociales y la democratización que supone Internet dan una falsa expectativa a muchas personas que aman escribir. Amar la escritura no implica tener calidad. Lo clásico debe ser asumido, mascado y digerido para poder alcanzar otros límites. De otro modo no tiene sentido dedicarse a juntar letras.
 


-En el poemario, lo bueno, lo clásico y lo que debe permanecer en nuestra memoria se exilia en Pandataria. ¿A qué o a quiénes de tiempos antiguos rescataría Jordi Corominas de esa isla? Y… ¿a qué o a quién exiliaría?
¿Qué es lo antiguo? ¡Si para mí T. S. Eliot, Pound, Cocteau o Joan Salvat-Papasseit son más modernos que muchos de mis contemporáneos! Exiliaría, en primer lugar, a los que obligan a muchos a emprender el camino del exilio por falta de oportunidades. En realidad, mandaría al destierro de Pandataria a muchos indeseables, un elenco grandioso. Creo que la mayor perversión a la que se ve sometida nuestra época es la perversión del lenguaje. Tiraría por ahí, falta en España un Karl Kraus.


-¿Quién sería hoy ese crupier que todo lo maneja del que habla en Los lotófagos: Bárcenas, Coelho, el FMI, el Club Bilderberg, Planeta, Ahmadineyad y Netanyahu, Merkel, los psiquiatras, las clínicas de estética?
En realidad, el crupier universal de Los lotófagos tiene un sentido positivo ya que su misión es recuperar la memoria de los viajeros. Es una especie de dios bastante masón, desea cambiar el olvido para que los humanos no se empecinen en cometer siempre los mismos errores. Si hablamos del mundo actual el crupier, el que mueve los dados con soltura, no es uno, son muchos. Todos, dañinos e invisibles.
 

Corominas, el pasado 17 de mayo en Fnac Callao. (Foto: Carmen Garrido)


-¿La máxima estupidez a la que puede llegar un hombre es la de creerse un salvapatrias, empuñando el fusil en nombre de tiranos que andan por los despachos, léase Stalin, léase Franco, léase Hitler, ya sea a la orden de los camisas pardas o de los ivanes?
En el poemario la Historia tiene un lugar muy importante y en él se recorre sobre todo la del siglo XX europeo. Quien me conoce sabe que Europa es una de mis obsesiones fundamentales porque ante todo me considero un ciudadano de este continente y creo que mi cerebro se ha alimentado y se alimentará de los nombres que forjaron una idea del Viejo Mundo. La pasada centuria es un catálogo de errores y horrores que sigue condicionándonos. Muere el siglo XX con lentitud y nos cuesta aceptarlo, sólo lograremos enterrarlo si formulamos nuestro propio paradigma.


-Varias veces he hablado con usted de Hitler y aquella Alemania (“Un país vendido/ a la ilusión del lunático genocida y su amor a la obediencia/ a jerarquías, pasos de oca y cruces de hierro subastadas”). ¿El Führer fue la prueba viviente de que alguien con tintes mesiánicos puede llegar al poder si tiene la coyuntura apropiada?
En el poemario, Hitler aparece porque uno de los lotófagos, que habla mucho del Maresme y que fue oficial del ejército soviético, estuvo en la batalla de Berlín; fue fotógrafo de los líderes (amparado en el anonimato de quien construye con una cámara la iconografía oficial); y retrató el horror de los campos de concentración. La presencia de Hitler, la obsesión por hablar de su persona, corresponde a la fascinación por el mal absoluto y planificado que consiguió desde un orden impecable, lo que siempre es una advertencia. La época nazi fue excepcional en sentido negativo, no creo que vuelva a repetirse. La gente, pese a lo que creen los políticos, no me parece tan tonta. Una buena prueba de ello, sin que ambas figuras sean comparables, la tenemos en Artur Mas y su voluntat d’un poble. Nos puso de los nervios durante dos meses, dale que te pego con sus ideas, pero se llevó un batacazo espectacular porque engañarnos no creo que sea tan sencillo.


-Siempre hay alguien, un cronista, un fotógrafo, que estampa una imagen para la Historia, que “inmortaliza a los que copan el vértice de la pirámide/ y abrazan la almohada con delirios de custodiar museos/ de cera mientras brincan con saña para despedazar a la base”. Y logra que esos “estampados” se sientan “los reyes del mundo”. Antes, “los reyes del mundo” eran los Acuerdos de Yalta, de Potsdam, Churchill, Stalin, el Che. Hoy los retratados son Olivia Palermo o Justin Bieber. ¿Los mitos van degenerando?
Más que esos nuevos mitos, que son fenómenos pasajeros de una época que fomenta el olvido con noticias que duran menos que nada y nombres que son un “si te he visto no me acuerdo”, creo que nuestra era es especialista en vaciar de contenido a los mitos pasados, y sobran los ejemplos. El más lógico es el Che, otro sería Morrison y uno muy mascado que acentúa la banalidad actual es Baudelaire. Al igual que Rimbaud creo que es muy mencionado pero poco leído, la lectura de Baudelaire corre el peligro de ser un postureo. Y es una lástima.


-En el poemario hay un pequeño máster sobre las atrocidades políticas y el cretinismo de algunos poderes. Luego, ellos y sus hechos quedan inmortalizados en los Museos de Cera, donde “los gobernantes buenos se equiparan a los mediocres por mor de las estatuas” ¿Deberíamos cerrar esos lugares de los horrores estéticos ya que las estatuas equiparan a Marco Aurelio, a Espartero, a la Moreneta y a Urdangarín? ¿Quién sería la primera personalidad a la que pondría para inaugurar un nuevo Museo de Cera?
El poder siempre se ha servido del ritual y de una iconografía determinada. Antes de la era de la imagen, mucho antes, era normal que se potenciara con la omnipresencia de bustos o pinturas que hacían notar al pueblo que quien mandaba siempre estaba presente pese a ser casi invisible, porque nunca lo veían en público. Ese pasaje va un poco por ahí. Curiosamente para el nuevo poemario de Loopoesía la idea del Museo de Cera aparecerá. Ahora una condena es que te eliminen de ese lugar. No sé a quién elegiría para mi particular Museo de Cera. Quizá al negro de Banyoles porque es dadaísta, simbólico y dice mucho de lo absurda que es nuestra sociedad.


-Confiesa que le obsesiona la idea de Europa, un continente “expulsado de su supremacía en vidrios traslúcidos del resquicio y posos de prepotencia estrangulados en la vitrina” ¿La idea de Europa o de la Europa del Bienestar se ha convertido ahora en la orquesta del Titanic?
En el verso que me propones, el texto ya está avanzado y se ha producido en el poemario una agnosia visual que ha fundido los clichés de uno de los lotófagos. Europa ha perdido la brújula, y parte de culpa la tiene haber olvidado la esencia de su pasado. Se recuerda desde una óptica museística que no ayuda a que la gente escarbe en el pasado, no interesa recordarlo. Ocurre lo de siempre: el poder malo prefiere a individuos sin educación porque son más controlables. Su relato de la cultura es vacuo, manido de tópicos y sin ninguna verdadera vocación pedagógica. Al fin y al cabo Los lotófagos es una suite poética que desde la crítica expone mi visión de una problemática central de nuestro tiempo, pues desde el olvido los versos se bifurcan en muchos caminos que, creo, convergen en una unidad que va más allá de lo formal.


-A lo largo del poemario recorremos su mapa sentimental, en él aparece Lavapiés como una epifanía. Un barrio donde “las corralas son paraísos, inmigrantes y ventanas con atisbos optimistas del progreso del yo” ¿Qué tiene ese barrio? ¿Viene a ser el Raval de Madrid?
A mí Lavapiés me parece una mezcla de Gràcia y el Raval, sí. Le tengo mucho cariño por circunstancias personales y porque sus terrazas me hacen sentir como en casa. El verso preludia un momento del poemario que ocurrió en realidad. Estaba un domingo en la que por entonces era mi casa, puse A Day in the Life de The Beatles y los vecinos de enfrente le dieron al play con Love Me Do. De repente The Beatles sonaban simultáneamente, eran los mismos y, a la vez, eran diferentes. Su obra de 1967 se superponía con sus inicios, con esa inocencia del primer disco. Eso son progresos del yo, mutamos y evolucionamos, somos el mismo sin serlo.


-Critica en sus versos “las tabula rasa de las tendencias” barruntando el momento en que “amanecerá la jornada donde esos chinches sean pasto de insecticidas”. ¿Del postureo franquista de la mantilla se ha pasado al postureo de influencia anglosajona de los hipsters, los gafapastas o los mods?
El postureo hipster es otra deriva más del predominio de la tendencia y de la vacuidad. ¿Qué sentido tiene que unos españoles del siglo XXI imiten un modelo norteamericano de hace décadas y lo vistan de supuesta novedad?


-¿Seguirá existiendo Loopoesía mientras haya algo que denunciar?
Loopoesía existirá mientras tenga fuerzas para seguir con un proyecto que, desde un nacimiento festivo, ha pasado a ser algo muy ambicioso. Lo primero es el texto y de ahí parte todo lo que forma el espectáculo: mezclas musicales, imágenes, actuación, escenografía y recital. Todos los elementos se engarzan por y para los versos, que, con este formato, creo que logran acercarse más al público. La exigencia es fuerte, porque cada año debe ser mejor que el anterior. Este año, Los lotófagos han dado un salto en relación a 2012, y en 2014, con el quinto aniversario del proyecto, la ilusión es máxima. Loopoesía denuncia, es verdad, pero, sobre todo, ya lo dice su lema, es amor. Siempre que termino el show digo que es un espectáculo, y no es algo que diga para quedar bien, se hace para la gente, porque sin ellos no tendría sentido. No creo en la poesía onanista, sí creo en su función social a la manera eliotiana.


-¿Loopoesía es, además de amor, una respuesta a los convencionalismos de los versificadores?
En este caso, más que la Loopoesía en sí misma creo que el anticonvencionalismo que manifiesta está en el ADN de su creador, así que mientras viva existirá Loopoesía, que ahora es un proyecto multidisciplinar poético, pero que más que nada es un estado de ánimo y una forma de entender la literatura y lo que me rodea.


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Paralela a la actualidad, crítica y contestataria forma de poética existencia, me pregunto cómo será la próxima edición Loopoética, teniendo en cuenta el movidito calendario 2013. Corrupción y sobresueldos; desahucios y suicidios; banqueros en la cárcel; Infantas imputadas; renuncias de Papas y Reinas; muertes de Thatcher y de Gandolfini; tríada de indignación en Egipto, Turquía, Brasil; amenazas del gordito rabioso de Kim Jong-un; grotescos juicios pantojiles; escándalos de espionaje masivo. Y el domingo pasado, una “pérdida irreparable”: la de la hegemonía española sobre el fútbol mundial. ¿Cruzará nuestro funambulista estas aguas más propias de Costa da Morte que del Mare Nostrum en sus próximos versos? A buen seguro, ya está quitándose el arnés e invocando al espíritu protector de Lennon mientras tararea Give peace a chance.

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