La verdad es que me encanta tener amigos que estén locos. La locura, bien encauzada, tiene su punto. Hay que estar loco, pero muy loco, para sentarse en una silla frente a un ordenador y pasarse meses tecleando mientras se crea una historia. Escribir es de tarados.
Claro que la gente no sabe lo bien que nos lo pasamos. Sino, preguntar a Nicolás Melini, que se regodea al principio de su libro con el grano de un taxista. O a Alicia Huerta, que nos hace viajar por una Cantabria nebulosa. O a Geroge M. Christopher, que le ha dado por desvelar misterios mayas. O a Fernando Riquelme, del que espero se equivoque con su pronóstico futurista tan cercano. O a Juan Luis Marín, que pasea de la mano de Toledano, un tipo del que más vale no fiarse. O a Natalia Cárdenas, que nos acerca a un personaje odioso que sólo conocimos en los periódicos.
Sí, todos están como cabras, y el brillo de sus ojos les delata cuando me hablan de sus libros apoyados en la barra de un bar. A esta gente le gusta encerrarse en su mundo para que nosotros lo disfrutemos después. Ojalá sigan haciéndolo por muchos años. ¿Qué sería de nosotros sin amigos y sin libros?Bendita locura.