Quien quiera adentrarse en esta voluminosa novela (638 páginas), escrita con una prosa densa, debe tomárselo con calma. Principalmente por el tratamiento del lenguaje por parte del autor. Beppe Fenoglio, en este libro con huellas autobiográficas, hizo algo similar a lo que ahora conocemos por spanglish (español + inglés): salpicar su prosa italiana con el inglés. Pero dejemos que la traductora lo explique: El contagio se produce de varias formas: intercalando frases o expresiones inglesas (no siempre gramaticalmente correctas, de ahí que el inglés fenogliano haya recibido el apelativo de “fenglese”) o mediante la fusión del léxico inglés con el léxico italiano, cuyo resultado es una notable cantidad de híbridos que adquieren sentido solo y únicamente en el texto original […]. De ahí lo complicadísimo de su traducción (aunque las partes inglesas no se han traducido, para rescatar algo del tono original) y la dificultad, en algunos párrafos, de su lectura. Sin embargo, pese a esos esfuerzos por parte del lector, a menudo se encuentra uno con sentencias tan apreciables como ésta:
La única manera de resarcirlo, pensaba ahora, sería querer a su hijo como su padre lo había querido a él: el padre no recibiría nada, pero las cuentas cuadrarían en el libro maestro de la vida.
Quienes quieran meterse en las botas de los partisanos que combatían contra los fascistas en la Italia de la Segunda Guerra Mundial, dudo que encuentren un libro más detallista y completo que éste sobre el tema. Os dejo con uno de los fragmentos que más me conmovieron:
Lo golpeaba con una lúcida ceguera, exactamente en los ojos y en la boca. Jamás se había sentido tan furioso, tan destructivo, tan necesitado de odio y de sangre, de otra sangre y de otras deformaciones, precisamente en el instante en que la sangre salpicaba y las deformaciones aparecían. A cada golpe, reajustaba con una precisión feroz la cabeza inclinada y, mientras golpeaba, le decía a gritos que iba a hacerle papilla la cara, y se aplicaba a la labor con una lucidez salvaje. Desde muy lejos, le llegaban las voces de Pierre y de Ettore, diciéndole que bastaba, que iba a matarlo si seguía a puñetazos con él, que ya estaba bien. Pero Johnny continuaba golpeándolo al tiempo que respondía con amistosa diligencia:
-No tengáis miedo, no pienso matarlo, solo le voy a quitar para siempre los rasgos humanos.
[Sajalín Editores. Traducción de Pepa Linares]
La única manera de resarcirlo, pensaba ahora, sería querer a su hijo como su padre lo había querido a él: el padre no recibiría nada, pero las cuentas cuadrarían en el libro maestro de la vida.
Quienes quieran meterse en las botas de los partisanos que combatían contra los fascistas en la Italia de la Segunda Guerra Mundial, dudo que encuentren un libro más detallista y completo que éste sobre el tema. Os dejo con uno de los fragmentos que más me conmovieron:
Lo golpeaba con una lúcida ceguera, exactamente en los ojos y en la boca. Jamás se había sentido tan furioso, tan destructivo, tan necesitado de odio y de sangre, de otra sangre y de otras deformaciones, precisamente en el instante en que la sangre salpicaba y las deformaciones aparecían. A cada golpe, reajustaba con una precisión feroz la cabeza inclinada y, mientras golpeaba, le decía a gritos que iba a hacerle papilla la cara, y se aplicaba a la labor con una lucidez salvaje. Desde muy lejos, le llegaban las voces de Pierre y de Ettore, diciéndole que bastaba, que iba a matarlo si seguía a puñetazos con él, que ya estaba bien. Pero Johnny continuaba golpeándolo al tiempo que respondía con amistosa diligencia:
-No tengáis miedo, no pienso matarlo, solo le voy a quitar para siempre los rasgos humanos.
[Sajalín Editores. Traducción de Pepa Linares]